En un rincón soleado del bosque encantado, vivÃa un conejo llamado Max, conocido por ser un excelente granjero. Su huerto era el orgullo del bosque, con filas perfectas de zanahorias, lechugas y tomates. Max se esmeraba cada dÃa en regar, quitar maleza y cuidar sus hortalizas con mucho cariño.
Una mañana, mientras revisaba su huerto, Max notó algo extraño. ¡Varias zanahorias habÃan desaparecido! Al principio pensó que tal vez las habÃa cosechado y olvidado, pero al dÃa siguiente faltaban aún más. Preocupado, decidió pedir ayuda a sus amigos.
Max reunió a sus amigos más cercanos: Lola la Lora, que siempre estaba enterada de todo lo que pasaba en el bosque. Rita la Ardilla Voladora, que podÃa sobrevolar el huerto y ver las cosas desde las alturas. Omar el Ratón de Campo, pequeño pero muy perspicaz, y Paco el Pájaro Carpintero, quien podÃa vigilar desde las ramas más altas de los árboles.
—Amigos, algo extraño está pasando en mi huerto —dijo Max—. ¡Mis zanahorias están desapareciendo!
Lola la Lora, siempre curiosa, propuso investigar:
—¡Yo puedo escuchar todo desde las ramas! —dijo Lola, moviendo sus alas—. Rita, ¿por qué no sobrevolamos la zona mientras Paco se queda vigilando desde los árboles?
Cada uno de los amigos se puso manos a la obra. Rita la Ardilla Voladora saltó de árbol en árbol y descubrió un pequeño rastro de hojas rotas y tierra removida cerca de una vieja madriguera. Paco observó desde las ramas y notó algunas ramas rotas que no estaban allà el dÃa anterior. Omar, agachado cerca de las hortalizas, encontró unas huellas diminutas que no parecÃan de Max ni de ningún otro animal grande del bosque.
—¡Creo que alguien pequeño ha estado aquÃ! —exclamó Omar—. Las huellas son muy pequeñas.
Después de recolectar las pistas, los amigos se reunieron para idear un plan. Decidieron colocar una trampa ingeniosa con zanahorias frescas como señuelo.
Esa noche, se escondieron cerca del huerto. Después de un poco de tiempo, escucharon unos ruiditos suaves. Era un grupo de pequeños conejos que se acercó cautelosamente a las zanahorias.
—¡Son conejitos pequeños! —susurró Max, sorprendido.
Max y sus amigos salieron de su escondite, y los conejitos asustados soltaron las zanahorias. Con voz amable, Max les preguntó:
—¿Por qué están tomando mis zanahorias sin permiso?
Los pequeños conejos bajaron las orejas, avergonzados. Uno de ellos, llamado Tito, se atrevió a hablar:
—Lo sentimos, señor Max. Es que tenemos hambre y no sabÃamos qué hacer. No sabemos cómo cultivar nuestras propias zanahorias.
Max entendió que no eran malos, solo necesitaban ayuda. Entonces, tuvo una idea brillante.
—¿Les gustarÃa aprender a cultivar sus propias zanahorias? —preguntó Max con una sonrisa.
Los conejitos asintieron entusiasmados. Asà que, con la ayuda de sus amigos, Max enseñó a los pequeños conejos cómo preparar la tierra, plantar las semillas y cuidarlas con esmero.
Con el tiempo, los pequeños conejos cosecharon sus propias zanahorias y sintieron una gran satisfacción por sus logros. HabÃan aprendido que es mejor pedir ayuda y esforzarse en lugar de tomar lo que no les pertenece.
Para celebrar, Max organizó una fiesta en el huerto con todos sus amigos. Max estaba orgulloso de sus nuevos amigos y de haberles enseñado una lección tan valiosa.
—Hoy no solo gané nuevos amigos —dijo Max—, sino que también aprendimos la importancia de colaborar y trabajar juntos.
Y asÃ, el huerto de Max floreció aún más con la ayuda de sus amigos, y todos en el bosque vivieron felices, compartiendo y colaborando unos con otros.