Bajo el rbol de moras negras del huerto de la abuela, Tío Agustín se acomodó en su silla de madera desgastada, con su sombrero de alas rectas y tirantes. Dos niños y tres niñas, con los ojos brillantes de curiosidad, se reunieron a su alrededor mientras los últimos rayos del sol teñían el cielo de naranja y púrpura. El molino Chicago Air Motor giraba lentamente en el fondo, iluminado por la suave luz del atardecer.
«¿Saben?», dijo Tío Agustín, acariciándose el bigote, «este molino no es como los demás. Hay tardes como esta en que, si escuchas con atención, puedes oírlo susurrar historias».
Los niños intercambiaron miradas sorprendidas. «¿Historias?», preguntó Anita, abrazando su cuaderno de dibujos.
Tío Agustín asintió. «Hace mucho tiempo, este molino fue testigo de héroes olvidados, personas que marcaron la diferencia con actos de valentía y solidaridad. Y cuando el viento es adecuado, nos cuenta sus historias».
Esa tarde, el viento comenzó a soplar suavemente, haciendo girar las aspas del molino. Un murmullo melodioso llenó el aire. Los niños guardaron silencio mientras las palabras del molino cobraban vida.
La primera historia fue sobre María, una joven pastora que salvó a su pueblo de una sequía al compartir su agua con todos, incluso cuando apenas tenía para sí misma. A medida que Tío Agustín traducía los susurros del molino, los niños imaginaban a María caminando bajo el sol abrasador con su cántaro de barro, llevando esperanza a cada casa.
El molino siguió girando, revelando la historia de Don Julián, un anciano carpintero que había reconstruido un puente roto para que los aldeanos pudieran cruzar un río embravecido. Con cada palabra, las imágenes cobraban vida en la mente de los pequeños, llenándolos de admiración por el valor y la bondad de estos héroes.
«Cada héroe tuvo algo en común», dijo Tío Agustín cuando el molino se detuvo, dejando que el silencio llenara el huerto. «No eran fuertes ni poderosos, pero tenían un gran corazón y un deseo inmenso de ayudar a los demás».
Los niños reflexionaron en silencio, inspirados por las historias del molino. Las primeras estrellas comenzaban a asomarse en el cielo cuando Tío Agustín se levantó y con una sonrisa, dijo: «Por hoy, el molino ha hablado. Si quieren escuchar más historias, vuelvan pronto. Pero recuerden, cada uno de ustedes puede ser un héroe en su propia forma. Solo necesitan escuchar a su corazón y actuar con bondad».
Antes de despedirse, Tío Agustín añadió con un guiño: «No olviden dejar un ‘Me Gusta’ a esta historia, suscribirse al canal y tocar la campanita para que YouTube les avise cuando subamos una nueva aventura. ¡Hasta la próxima, pequeños héroes!»
Con risas y agradecimientos, los niños se dispersaron, llevando consigo la promesa de volver bajo el árbol de moras, donde el molino susurrante y Tío Agustín los esperaban con nuevas historias.