Bajo el viejo árbol de moras, los niños se sentaron en cÃrculo, listos para escuchar una historia. TÃo AgustÃn ajustó su sombrero, miró el horizonte y comenzó:
—Les contaré sobre el dÃa en que una tormenta nos recordó que los puentes no solo unen caminos, sino también corazones.
Aquella noche, el viento rugió con fuerza y la lluvia golpeó la tierra sin descanso. Cuando el sol salió, los habitantes del pueblo encontraron que el viejo puente de madera que cruzaba el rÃo, habÃa desaparecido.
Panchito, un niño inquieto del pueblo, corrió hasta la casa de la abuela:
—¡Abuela, el puente se ha caÃdo!
La abuela dejó su taza de café sobre la mesa y, con la calma que la caracterizaba, caminó hasta el rÃo. Al llegar, encontró a los vecinos reunidos, preocupados y discutiendo.
—Sin el puente, no podemos llevar la cosecha al mercado —dijo José el carpintero.
—Yo no puedo entregar el pan —agregó la señora Tomasa.
—Nuestra cosecha de maÃz ya casi esta lista. ¿Como la vamos a llevar al molino?. Habrá que esperar a que el ayuntamiento lo reconstruya —suspiró Don Ramón, el campesino.
Cada quien tenÃa una opinión distinta, y el problema parecÃa más grande que la solución.
La abuela, que habÃa escuchado en silencio, alzó la voz con dulzura:
—Escuchen, hijos. Un puente no es solo madera y clavos. Es lo que une a la gente. Si trabajamos juntos, podemos reconstruirlo.
Los niños fueron los primeros en reaccionar. Lalo y Panchito empezaron a recoger ramas y maderas arrastradas por la tormenta. La señora Tomasa trajo clavos. Don Melquiades ofreció sus herramientas. Don Ramón, al ver el entusiasmo, se ofreció a reforzar los tablones.
Pero aún quedaba un problema: todos querÃan hacer las cosas a su manera.
—Tiene que ser alto —insistÃa Don Ramón.
—No, no, mejor ancho —dijo Don Melquiades.
Los niños, confundidos, miraron a la abuela.
—Cuando cada quien jala para su lado, no avanzamos —dijo con una sonrisa—. Escuchen a los demás, trabajen juntos y encontrarán la mejor solución.
Los adultos se quedaron en silencio. Hasta Don Melquiades y Don Ramón asintieron.
Y asà fue como la magia ocurrió.
Los vecinos dejaron de discutir y comenzaron a escucharse. Los niños aprendieron a usar el martillo, los más fuertes cargaron troncos, y las mujeres prepararon agua fresca para los trabajadores.
Después de varios dÃas de esfuerzo, el puente estaba listo.
La abuela fue la primera en cruzarlo. Se detuvo en el centro y, con una gran sonrisa, dijo:
—Este no es solo un puente de madera. Es un puente de amistad y solidaridad.
Los niños miraron el puente con orgullo. HabÃa sido construido con trabajo, paciencia y, sobre todo, con unión.
Desde aquel dÃa, cada vez que alguien cruzaba el puente, recordaba la lección de la abuela: las cosas más fuertes y mejores, no se construyen con madera, sino con mentes y corazones que trabajan juntos.
TÃo AgustÃn terminó su historia y vio que los niños sonreÃan.
—Asà que ya saben, niños. Cuando vean un problema grande, no se desanimen. Reúnan a su gente, escuchen a los demás y construyan juntos el puente hacia la solución.
El viento sopló entre las ramas del árbol de moras, como si también aplaudiera aquella historia.
A partir de ese dÃa, la abuela brilla como un verdadero pilar de sabidurÃa y unión. 😊