Hoy, quiero contarles la historia que nos enseñó mi tío Agustin, sobre el misterio de las moras brillantes.
Durante una noche tranquila de luna llena, el huerto de la abuela se iluminó con un brillo inesperado. Las moras del viejo árbol de moras, el favorito de Tío Agustín, comenzaron a resplandecer como pequeñas estrellas atrapadas entre las ramas. Los niños, intrigados por el misterioso resplandor, se acercaron al árbol mientras sus ojos se llenaban de asombro.
—¡Tío Agustín, ven a ver esto!— exclamó Ana, la menor de los nietos.
El viejo campesino, con su inseparable sombrero de alas rectas y una ramita de moras en la boca, llegó al pie del árbol con una sonrisa nostálgica. Se sentó en su banco de madera bajo las ramas brillantes y observó el espectáculo por un momento antes de comenzar a hablar.
—Ésta es una noche especial— dijo mientras los niños se sentaban a su alrededor.— Este árbol guarda un secreto muy antiguo que solo se revela cuando la luna llena lo ilumina por completo. Las moras que brillan no son simples frutas, son mágicas.
—¿Qué hacen esas moras, Tío Agustín?— preguntó Santiago, el más curioso del grupo.
Tío Agustín se acomodó en su banco y respondió:
—Se dice que quien coma una de estas moras puede ver su camino más claro cuando esté perdido, no importa si es un camino en el bosque o en su corazón. Pero hay una condición: la mora debe comerse con un deseo puro y sincero.
Los niños escuchaban atentos, maravillados por la idea. Ángela, la mayor, se animó a preguntar:
—¿Tú has comido una, Tío Agustín?
—Una vez, cuando era joven y no sabía qué hacer con mi vida— respondió con una sonrisa melancólica. —La mora me mostró un camino que nunca habría imaginado. Me llevó a este huerto, a cuidar este árbol y a encontrar la felicidad en las cosas simples.
La curiosidad de los niños se mezclaba con la duda. Ana preguntó:
—¿Podemos comer una?
—Por supuesto— respondió el tío. —Pero recuerden, deben tener un deseo sincero y puro en sus corazones. Este no es un regalo para la codicia o la ambición, sino una guía para quienes realmente la necesitan.
Uno a uno, los niños tomaron una mora brillante y la sostuvieron en sus manos, cerrando los ojos mientras formulaban sus deseos. Al morderlas, una sensación de calma los envolvió. Aunque ninguno dijo en voz alta qué habían pedido, las sonrisas en sus rostros delataron que habían encontrado algo especial.
La magia de las moras iluminó no solo la noche, sino también los corazones de los niños. Cuando al fin regresaron a casa, las ramas del árbol dejaron de brillar, pero la historia de aquella noche quedó grabada en ellos para siempre. Tío Agustín, satisfecho, se sentó en su banco con la ramita de moras aún en su boca, contemplando el molino que giraba suavemente bajo la luz de la luna.
—Éste es el verdadero regalo de la vida— murmuró antes de cerrar los ojos. Y así, bajo el cielo estrellado, el secreto del árbol de moras continuó siendo una guía para los corazones puros que lo buscaban.
Gracias por acompañarnos en esta mágica historia de Tío Agustín y las moras que brillaban de noche. Si te gustó este cuento, no olvides dejar un «Me Gusta», suscribirte al canal y darle a la campanita para que YouTube te notifique cada vez que subamos una nueva aventura. ¡Nos vemos en la próxima historia! 🌟📚