Tío Agustín

🌐“Cuando Ustedes Sean Adultos 🌎 | Un Cuento del Tío Agustín sobre el Futuro”

El sol empezaba a bajar lentamente detr��s de las colinas, tiñendo el cielo de tonos dorados, naranjas y rosados. El molino de viento giraba tranquilo, como si bailara con la brisa. Bajo el árbol de moras negras, Tío Agustín se acomodaba en su silla de madera, con su sombrero recto y una ramita de mora entre los labios. Los niños, como de costumbre, se sentaron a su alrededor, sabiendo que venía una historia especial.

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—Tío Agustín —preguntó Sofía—, ¿cómo va a ser el mundo cuando nosotros seamos adultos?

El viejo sonrió con ternura. Miró el cielo encendido por el atardecer y se acomodó los tirantes.

—Esa es una buena pregunta —dijo—. El mundo va a ser distinto. Tendrán retos que nosotros apenas imaginamos. Pero también tendrán la oportunidad de hacer cosas maravillosas.

Los niños se acercaron un poco más, atentos.

—Por ejemplo —continuó—, el agua será más escasa. En algunos lugares, cada gota será valiosa. Tendrán que aprender a cuidarla desde pequeños, como se cuida un tesoro. Cuando se laven las manos o rieguen una planta, piensen en eso.

—¿Y el clima? —preguntó Tomás.

—Cambiará —dijo Tío Agustín con calma—. Habrá más calor, más lluvias fuertes, más sequías. Pero ustedes, que son listos y valientes, van a encontrar nuevas formas de vivir. Quizá inventen techos que recojan agua, o árboles artificiales que limpien el aire. Pero lo más importante será cuidar los árboles reales, los ríos y las montañas.

—¿Y las máquinas? —dijo Leo—. ¿Van a hacer todo por nosotros?

—Muchas cosas sí. Las máquinas serán rápidas, pero no tendrán corazón. Podrán cocinar, manejar, hasta escribir. Pero ustedes tendrán algo que ninguna máquina puede copiar: amor, ternura, amistad. Eso es lo que los hará indispensables.

Se hizo un pequeño silencio, interrumpido solo por el zumbido del molino.

—También encontrarán personas buenas, pero también algunas que no lo serán —dijo Tío Agustín, poniéndose un poco serio sin perder la dulzura—. Habrá quienes les prometan caminos fáciles, riquezas sin esfuerzo, cosas brillantes que parecen buenas… pero no lo son. Tal vez les ofrezcan hacer trampa, dejar de estudiar, o probar cosas que hacen daño.

Los niños bajaron un poco la mirada, pensativos.

—Pero quiero que recuerden algo muy importante —continuó—: no hay atajos verdaderos. Lo que vale la pena toma tiempo. Y ustedes tienen algo que nadie puede quitarles: la fuerza para decir “no”, cuando algo no está bien, y la constancia para seguir adelante cuando algo es difícil.

—¿Y si nos equivocamos? —preguntó Rita con voz suave.

—Se van a equivocar —dijo Tío Agustín, sonriendo de nuevo—. Todos nos equivocamos. Lo que importa es aprender, levantarse, y seguir. Caerse no es fracasar. Fracasar es no intentarlo de nuevo.

Los niños lo miraban con los ojos grandes, atentos a cada palabra.

—Habrá momentos en que el mundo parezca confundido, donde haya mucho ruido, muchas opiniones, y poca verdad. Pero si aprenden a escuchar con el corazón y a pensar por ustedes mismos, encontrarán el camino correcto.

El molino giró con un suave crujido, como si también aprobara esas palabras.

—Cuando ustedes sean adultos, van a tomar decisiones importantes. Algunas serán difíciles. Pero si recuerdan quiénes son, si cuidan a los demás, si trabajan con honestidad y amor… no solo les irá bien a ustedes, sino a todos los que los rodeen.

Tío Agustín miró a cada uno a los ojos y dijo con firmeza:

—Yo los conozco. Sé de qué están hechos. Ustedes son la nueva humanidad, serán los que construirán un mundo más justo, más amable, más humano. No porque todo sea fácil… sino porque ustedes estarán listos.

Los niños aplaudieron, y Leo se acercó a abrazarlo sin decir nada.

El molino giró un poco más fuerte, las moras cayeron dulcemente sobre la tierra, y el atardecer siguió pintando el cielo con esperanza.

✅ “¿Por Qué el Mundo Está Como Está? 🌎🤔 | Una Verdad Que los Niños Pueden Comprender”🌎

La tarde ca��a lenta sobre el huerto de la Abuela María. El molino de viento giraba despacio, empujado por una brisa suave que parecía traer murmullos de muy, muy lejos. Bajo el árbol de moras negras, como cada atardecer, Tío Agustín se sentó en su banco de madera con la ramita de mora en la boca. A su lado, la Abuela tejía con paciencia, su delantal manchado de la cosecha del día.

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Los niños llegaron corriendo. Tomás, Sofía y Mateo traían las mejillas coloradas del juego, pero algo en sus ojos decía que venían con preguntas más grandes que el huerto.

—Tío Agustín —dijo Sofía, aún agitada—, en la escuela la maestra habló de los problemas del mundo. Del agua, del clima, de los animales que desaparecen… ¿de verdad todo eso está pasando?

El viejo levantó la vista al cielo, que ya se empezaba a llenar de estrellas, y suspiró.

—Sí. Está pasando… y ustedes lo van a ver con sus propios ojos. El mundo de ustedes será distinto al que nos tocó a nosotros.

—¿Pero por qué, Tío? —preguntó Mateo— ¿Por qué si hay tantas cosas bonitas, también hay tantas cosas malas?

La Abuela dejó de tejer y miró a los niños con ternura.

Porque, mis niños… la humanidad aún es muy joven. Apenas estamos aprendiendo a vivir juntos sin hacernos daño.

Tío Agustín asintió.

—Miren, si la historia de la Tierra fuera un solo año… nosotros, los humanos, apareceríamos en los últimos minutos del 31 de diciembre. Somos una especie nueva, todavía estamos creciendo. Y como todo niño, cometemos muchos errores.

—¿Errores como pelear? —preguntó Tomás.

—Exactamente —dijo el Tío—. Peleamos por agua, por tierra, por ideas. Pensamos mucho en el yo, y muy poco en el nosotros. Y ese es el verdadero problema: creemos que estamos solos, pero en realidad estamos todos en el mismo barco.

—¿Y qué pasará cuando seamos grandes? —Sofía se sentó más cerca de la Abuela.

—Tendrán que tomar decisiones —dijo ella—. Decidir si quieren seguir por el camino del egoísmo, o caminar juntos, como hermanos. Tendrán que cuidar el agua, la tierra, y también cuidarse entre ustedes.

—Pero nosotros somos niños… —dijo Mateo con un poco de miedo.

—Y eso es lo más hermoso —respondió Tío Agustín—. Porque los niños pueden cambiar el mundo. No están llenos de ideas fijas ni de miedo. Ustedes pueden aprender a compartir, a escuchar, a pensar en los demás.

—¿Y si nadie más quiere cambiar? —preguntó Tomás.

El molino giró suavemente, como si respondiera con su canto metálico.

—Entonces ustedes serán como ese molino —dijo el Tío—. Aunque el mundo no cambie de inmediato, ustedes seguirán girando, trayendo agua a la tierra, refrescando corazones. Uno por uno. Como la brisa que empieza leve, y un día se convierte en viento que lo cambia todo.

La Abuela sonrió.

—Los problemas del mundo no se resuelven solo con tecnología ni con fuerza. Se resuelven con conciencia y con amor. Y la conciencia empieza cuando dejamos de pensar en “yo” y empezamos a pensar en “nosotros”.

Los niños guardaron silencio.
El cielo se estaba cubriendo de estrellas.
Y en ese instante, bajo el árbol de moras negras, entendieron que no eran pequeños.
Eran parte de algo más grande.
Eran la semilla del “nuevo nosotros”.

🌌El Viaje Invisible 🚀🌌 | Un Cuento del Tío Agustín para Entender el Universo con Calma y Fe

En una noche tranquila, bajo un cielo estrellado, los niños se reunieron con el Tío Agustín y la Abuela bajo el árbol de moras negras, junto al viejo molino Chicago Air Motor. El viento era suave, y la luna llena iluminaba todo con una luz plateada y serena.

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—Tío Agustín, dijo Tomás, señalando el cielo. ¿Es cierto que estamos moviéndonos, aunque parezca que todo está quieto?

Tío Agustín sonrió, como quien ha estado esperando esa pregunta durante muchos años.

—Muchacho, no solo nos movemos. ¡Viajamos a una velocidad que ni te imaginas!, y se acomodó el sombrero. Esta Tierra gira sobre sí misma a más de mil seiscientos kilómetros por hora. Y al mismo tiempo, da vueltas alrededor del Sol a más de cien mil. Y eso no es todo, nuestro Sol, con todos sus planetas, ¡también gira alrededor de la galaxia! Y la galaxia, también viaja por el universo.

Los niños abrieron los ojos como platos. Sofía susurró:

—¿Y cómo es que no sentimos nada?.

—Porque todo lo que está aquí, gira con nosotros, respondió el Tío—. Es como estar dormido en un tren que va en la noche. Todo se mueve, pero tú estás tranquilo. Así es la creación de Dios, perfecta.

—¿Y si un día todo se acaba?, preguntó Sofía, con un poco de preocupación.

La Abuela, que tejía en silencio, levantó la vista y sonrió con ternura.

—Hijita, nuestra vida es como una mora: pequeña, dulce, y hermosa si se saborea a tiempo. No hay que temer al cielo ni a las estrellas. Hay que vivir con amor, hacer el bien, y confiar.

Tío Agustín asintió despacio, mirando al cielo.

—Nos preocupamos por muchas cosas, pero la verdad es que, aunque el universo se mueva y cambie, mientras estemos aquí, con las estrellas arriba, el árbol de moras, el molino girando, estamos bien. Porque estos movimientos están dentro del tiempo de Dios. Y ese, es un tiempo perfecto.

En ese instante, como si el universo quisiera decir, “amén”, una estrella fugaz cruzó el cielo.

Los niños se quedaron en silencio.
Tío Agustín y la Abuela también.

Y por un momento, todos supieron que ese pequeño rincón del mundo estaba en paz.

Tomás, aterrado, casi se desmaya 😱 El Fantasma del Molino 🌪️👻 ¡Y lo que era te hará reír! 😂

Aquel atardecer, como tantos otros en el huerto, el molino de viento Chicago Air Motor giraba despacito con la brisa suave. Las moras estaban en su punto y el árbol grande nos ofrecía su sombra mientras los niños se acomodaban a los pies de Tío Agustín, que ya tenía lista su ramita en la boca y el sombrero bien puesto.

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—Hoy les contaré algo que le pasó a Tomás cuando era más chico —dijo con una sonrisa pícara—.

Aunque al principio se asustó mucho… ahora se ríe cada vez que lo recuerda.

Tomás, ya un poco más grandecito, se tapó la cara con las manos mientras los demás niños lo miraban con ojos curiosos.

—¿Una historia de miedo, tío? —preguntó Rita, la más pequeñita del grupo.

—Pues… depende de cómo lo mires —dijo Tío Agustín con una risa entre dientes—. Resulta que una noche, después de que todos se habían ido a dormir, Tomás se quedó escuchando a escondidas las historias de fantasmas que contaba su abuela con sus hermanas. Yo también estaba ahí, claro. Ella hablaba del “Niño de la Lámpara Verde”, del “Espantajo del Arroyo”, y hasta del “Jinete sin Rostro”.

Tomás, sin hacer ruido, se tapaba con una cobija en la sala fingiendo estar dormido… pero tenía los ojos más abiertos que el portón del rancho.

Los niños rieron. Tomás solo asintió, recordando bien aquella noche.

—Cuando la abuela terminó de contar las historias, me miró de reojo y dijo en voz alta: “Ese niño ya se durmió. Mejor mándenlo a su casa antes de que lo agarre el sereno.” Y yo supe que hablaba de Tomás. Así que le toqué el hombro, y él fingió despertarse.

—¡Yo no quería irme! —protestó Tomás— ¡Estaba tan bueno el cuento!

—¡Ya lo sé, muchacho! Pero lo bueno viene ahora. Verán. El camino del molino a la casa de Tomás no es muy largo, pero esa noche no había luna. Solo el silbido del viento y el crujir del molino acompañaban sus pasos. Tomás iba con el corazón apretado, imaginando al Jinete sin Rostro bajando del cerro o al Espantajo arrastrando sus cadenas por la vereda.

Los ojos de los niños se abrieron como platos.

—Caminaba rápido, mirando para todos lados, cuando de repente… escuchó algo. ¡Tac, tac!… pasos lentos. Se detuvo. El molino giró una vez más, criiiiic, y el viento calló. Entonces, frente a él, dos enormes ojos brillaron en la oscuridad. Fijos. Redondos. ¡Como dos faroles encendidos!

—¡AAAAH! —gritó Rita, abrazando a su primo.

—¡Tomás gritó más fuerte! —dijo Tío Agustín riendo—. Salió corriendo como alma que lleva el diablo, cruzó el patio de la abuela, entró por la puerta y se metió bajo la mesa, temblando como gelatina.

—¿Y qué era, tío? —preguntó un niño, sin parpadear.

—Bueno… salimos todos con lámparas, pensando que se había aparecido el mismísimo espanto. Pero, ¿saben qué era?

Todos negaron con la cabeza, conteniendo la respiración.

—¡Era Pancracio! —dijo Tío Agustín soltando una carcajada—. ¡El burro de Don Eulogio! Se había soltado y andaba paseando tranquilo por el molino. Sus ojos reflejaban la luz de la casa y parecía un fantasma, pero en realidad estaba buscando moras caídas.

Las risas no se hicieron esperar. Tomás también rió, ya sin pena.

—Desde entonces, Tomás ya no le teme a los fantasmas… pero cada vez que ve un burro, se le escapa una sonrisita —concluyó Tío Agustín guiñando un ojo.

Los niños aplaudieron y pidieron otra historia. Pero antes, la abuela Doña María llegó con pan dulce y una olla de atole caliente.

—¡Y ahora, a merendar! —dijo con cariño—. Que ninguna historia se disfruta con el estómago vacío.

Y así, entre risas, moras y panecitos, aquella noche quedó grabada en el corazón de los niños… como una de las tantas veces que el miedo se disuelve con la luz de la verdad.

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Luces Misteriosas en el Molino 🌟 | 👻¿Fantasma o Magia? Descúbrelo con Tío Agustín y La Abuela

Las noches en el huerto de la abuela eran, por lo general, tranquilas y apacibles. El canto lejano de los grillos, el murmullo del viento entre los árboles y el suave crujir del viejo molino de viento Chicago Air Motor, componían una melodía que arrullaba a cualquiera. Pero esa noche, algo era distinto.

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Sofía fue la primera en notarlo. Al asomarse por la ventana, vio unas luces titilantes cerca del molino, como si un par de ojos flotantes lo rodearan. Llamó a su hermano Tomás y juntos, miraron con asombro aquellas figuras que parecían danzar en el aire.

—¡Es un fantasma! —susurró Tomás, con los ojos abiertos como platos.

—¿Y si es el espíritu del molino? —añadió Sofía, un poco asustada.

Los dos corrieron hasta donde estaba Tío Agustín, que tocaba su guitarra bajo el árbol de moras. Al escucharlos, dejó el instrumento a un lado y frunció el ceño con una sonrisa divertida.

—¿Un fantasma en el molino? Eso sí que no me lo esperaba esta noche, dijo mientras se levantaba.

La Abuela, que venía saliendo con una taza de té, también escuchó la historia.

—Vengan, niños. Vamos todos a ver qué misterio es ese, —propuso ella con calma.

Juntos caminaron con linternas hacia el molino, que crujía suavemente con cada ráfaga de viento. Las luces seguían allí, moviéndose como si bailaran al ritmo del aire. Pero al acercarse un poco más, Tío Agustín soltó una carcajada.

—¡No es un fantasma, niños! ¡Son luciérnagas!

—¿Luciérnagas? —preguntó Sofía, acercándose con curiosidad.

—Así es —confirmó La Abuela—. Una familia entera, por lo que parece. Y mira cómo vuelan, ¡como si dibujaran formas en el aire!

Los niños observaron embelesados. Las pequeñas luces se unían en círculos, espirales y figuras que por momentos parecían una cara sonriente, una estrella o incluso el contorno del molino mismo.

—¡Por eso pensábamos que era un fantasma! —exclamó Tomás—. ¡Qué increíble!

Tío Agustín se agachó junto a ellos y murmuró:

—Las luciérnagas tienen un lenguaje especial con sus luces. A veces lo usan para comunicarse entre ellas. Tal vez esta familia está celebrando algo.

—¿Y si hacemos algo para protegerlas? —sugirió Sofía—. No quiero que nadie las asuste o intente alejarlas del molino.

La Abuela sonrió con ternura.

—Esa es una idea maravillosa. Podríamos poner un letrero que diga: “Hogar de luciérnagas. No molestar”.

Y así lo hicieron. Los niños, con la ayuda de Tío Agustín, pintaron un pequeño cartel que colocaron junto a la base del molino. También buscaron información en libros antiguos de la abuela sobre cómo cuidar ese tipo de insectos.

Al día siguiente, cuando el sol salió, los niños recorrieron el huerto con cuidado, descubriendo pequeñas luciérnagas, aún dormidas sobre las hojas y troncos. Les prepararon pequeños espacios con sombra, agua y flores para que se sintieran cómodas.

Desde aquella noche, las luces danzantes se convirtieron en un espectáculo nocturno en el huerto. Los niños invitaban a sus amigos, quienes venían con mantas para sentarse y observar el ballet de luciérnagas bajo las estrellas. Se volvió tradición escuchar historias contadas por La Abuela, mientras Tío Agustín tocaba su guitarra al ritmo del viento.

Y el viejo molino, en lugar de ser un lugar misterioso, se volvió el rincón más mágico del huerto.

Porque, como bien decía Tío Agustín, “A veces, los fantasmas no dan miedo. Solo están hechos de luz y alas pequeñas que quieren contar una historia brillante.

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🪵 ¿Quién Era Realmente Don Ezequiel? Los Niños Descubrieron la Verdad en su Taller 👀

Acom��dense bien, niños, porque hoy les contaré algo que pocos en este pueblo saben. Es la historia de un hombre que, como este molino de viento que ven girar, siempre estuvo en movimiento, ayudando a otros sin que nadie lo notara.

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Era un día como este, con el sol brillando fuerte y el viento jugando entre las hojas del árbol de moras. Ustedes, revoltosos como siempre, andaban corriendo cerca del molino cuando, sin querer, rompieron una de mis sillas. ¿Lo recuerdan?.

¡Ay, Tío Agustín!, dijeron algunos de los niños con carítas de preocupación—. ¡No fue nuestra intención!

Claro, los niños siempre andan haciendo travesuras. Pero en lugar de enojarme, les propuse una solución:

Fuimos con don Ezequiel. Él sabe más de madera que nadie.

Sus caras cambiaron en ese momento recordando eso de la silla rota. . Don Ezequiel no era alguien con quien quisieran tratar. Es un viejo, callado y con cara de pocos amigos, se dice que nadie lo ha visto sonreír en años.

Cuando llegámos a su carpintería, él nos miró de reojo y gruñó:

¿Y ahora qué quieren?

Le conté lo que había pasado con la silla, y él, después de examinarla, dijo:

Puedo arreglarla… pero estos muchachos van a ayudarme.

Así que ahí se quedaron ustedes, con las manos llenas de aserrín, aprendiendo a lijar y a unir las piezas, pero mientras trabajaban, yo vi algo interesante: sus ojos empezaron a recorrer el taller.

Allí, entre serruchos y tablas, había cosas que no esperaban ver: una cuna nueva esperando ser entregada, una mesa reparada con esmero, y en un rincón, una caja llena de juguetes tallados a mano.

¿Para quien son todos estos juguetes? —preguntó Sofía.

Don Ezequiel suspiró, como si la pregunta lo sorprendiera.

Cuando alguien los necesita, se los doy, respondió sin más.

Y entonces lo entendieron. Ustedes recordaron al niño que recibió un caballito de madera cuando su familia perdió todo en un incendio, o a doña Marta, que de la nada tuvo una puerta nueva después de la tormenta.

¿Fue usted?, preguntó Tomás al viejo carpintero, con los ojos bien abiertos.

Él solo asintió y siguió lijando la silla, como si no fuera algo importante.

Esa tarde, cuando terminaron, no solo llevaron de regreso una silla bien reparada, sino un secreto que antes nadie había sabido ver: el hombre serio y callado del pueblo había pasado su vida ayudando a todos en silencio.

Así fue como don Ezequiel, el viejo carpintero gruñón, se convirtió en alguien inolvidable en este pueblo.

Y eso, muchachos, es algo que nunca deben olvidar: a veces, las personas que parecen más distantes, son las que más han dado sin esperar nada a cambio.

Y así es la vida niños, dijo Tío Agustín mientras el viento jugaba con las hojas del árbol. A veces, los corazones más grandes son los que menos ruido hacen.

El molino de viento giró lentamente, como si también asintiera a sus palabras. Los niños se quedaron en silencio, mirando hacia la carpintería de don Ezequiel a lo lejos, como si de pronto la vieran con otros ojos.

Ahora, vayan y piensen en lo que hoy han aprendido, continuó tío Agustin. Y la próxima vez que pasen frente a alguien que parece serio y callado, recuerden que detrás de cada par de manos arrugadas, hay una historia esperando ser descubierta.

Se inclinó hacia adelante, palmeó su vieja silla, la misma que habían roto y con una sonrisa cómplice, agregó:

Y no se olviden de saludar a don Ezequiel.

Los niños rieron suavemente, y uno a uno, se levantaron para volver a casa. Pero algo había cambiado en ellos. Esa tarde, sus pasos eran más pausados, como si en sus corazones hubieran aprendido algo más valioso que solo reparar una silla.

Y Tío Agustín, con el molino girando a sus espaldas y el árbol de moras susurrando con el viento, los vio alejarse con una satisfacción tranquila, sabiendo que otra experiencia había cumplido su propósito.

😱 ¡Algo Extraño Pasó en el Bosque Encantado! 🌿 Un Cuento Infantil que No Puedes Perderte

En el coraz��n del bosque encantado, donde los árboles susurraban secretos y el arroyo cantaba dulces melodías, la paz y la armonía reinaban entre los animales y los niños. Sin embargo, un día, una oscura sombra apareció entre los troncos centenarios. Su nombre era Sombrío, un astuto zorro negro de mirada penetrante y palabras envenenadas.

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Sombrío no atacaba con garras ni colmillos, sino con mentiras y rumores. Con su voz melosa, susurraba dudas en los oídos de los animales: «El búho se cree más sabio que todos», «Los conejos acaparan la mejor comida», «Los ciervos no quieren compartir el claro». Pronto, la desconfianza se extendió como hiedra venenosa, y la alegría del bosque comenzó a desvanecerse.

Los niños, que solían jugar entre los árboles y aprender de los animales, notaron la tristeza en el ambiente. Fue entonces cuando corrieron a buscar a Tío Agustín, el viejo narrador de historias que siempre tenía una solución para todo.

Sentado bajo su árbol de moras, Tío Agustín los escuchó con atención y acarició su bigote pensativo. «Cuando alguien siembra discordia, hay que arrancar la raíz del problema sin usar violencia», dijo con su voz serena. «Vamos a devolverle al bosque lo que Sombrío le ha robado: la confianza y la amistad».

Con astucia, los niños idearon un plan. Organizaron una gran reunión en el claro y, uno por uno, cada animal compartió lo que había escuchado. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que Sombrío los había engañado a todos. Con risas y abrazos, entendieron que la unión era más fuerte que cualquier mentira.

Sombrío, al ver que su plan fracasaba, intentó sembrar más dudas, pero nadie le creyó. Desenmascarado, el zorro negro comprendió que en un bosque donde reinaba la verdad, sus artimañas no tenían poder. Sin enemigos ni seguidores, se marchó con la cola entre las patas.

El bosque recuperó su alegría, y los niños aprendieron una valiosa lección: las palabras pueden construir o destruir, y cuando se usan con sabiduría, pueden vencer incluso a la oscuridad más profunda.

Tío Agustín sonrió satisfecho y, con su ramita de moras en la boca, dijo: «Y así, muchachos, la armonía volvió a nuestro querido bosque encantado».

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Tío Agustín y las Moras Mágicas 🌠| Un Cuento para Niños lleno de Valores y Esperanza 🍇🌟

En el huerto de la abuela, bajo el viejo árbol de moras negras, Tío Agustín se acomodaba en su banco mientras los niños del pueblo se reunían a su alrededor. Era una noche especial de verano , con la luna llena iluminando el cielo y las moras brillando como pequeñas estrellas. Tío Agustín, con su sombrero de alas rectas y su ramita de trigo en la boca, comenzó a contar una historia que, según él, pocos conocían.

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“Hace mucho tiempo, estas moras mágicas no solo brillaban de noche, sino que también tenían un propósito especial. Una vez, cuando el bosque era aún más denso y los caminos eran difíciles de recorrer, un grupo de niños se perdió mientras buscaba flores silvestres para un festival.”

Los niños lo miraban fascinados mientras continuaba. “Cuando cayó la noche, la oscuridad los envolvió y empezaron a sentir miedo. Pero entonces, algo maravilloso sucedió. Las moras del viejo árbol comenzaron a desprenderse y flotar en el aire como pequeñas luces. Se movían despacio, iluminando el camino y guiando a los niños de vuelta al huerto, donde sus familias los esperaban ansiosas.”

Tío Agustín hizo una pausa, mirando a los niños con una sonrisa. “¿Y saben por qué las moras los ayudaron?. Porque ellos nunca se rindieron. Mientras caminaban en la oscuridad, se mantenían unidos, cantaban para darse ánimo y confiaban en que encontrarían el camino.”

Uno de los niños preguntó emocionado: “¿Las moras aún pueden hacer eso, Tío Agustín?”

Tío Agustín sonrió con su clásica sonrisa cálida. “Solo si hay alguien con un corazón puro que lo necesite de verdad. Las moras mágicas no solo guían el camino en la oscuridad, sino que también nos recuerdan la importancia de la esperanza y la ayuda mutua. Cuando estamos perdidos, física o emocionalmente, siempre hay una luz que puede guiarnos. Con frecuencia, esa luz está dentro de nosotros mismos.”

Los niños miraron el árbol con asombro, como si esperaran que las moras comenzaran a brillar en ese mismo instante. Y aunque no lo hicieron, algo especial sucedió: una brisa suave movió las ramas del árbol, como si este mismo aprobara la historia de Tío Agustín.

“Y ahora, muchachos,” dijo Tío Agustín mientras se levantaba, “es hora de que regresen a sus casas. No olviden que la esperanza y la unión son las luces más brillantes que pueden tener en sus vidas.”

Con una última mirada al árbol de moras, los niños se despidieron prometiendo volver pronto por otra historia.

Espero que les haya gustado esta historia. Si fue así, no olviden dejar un “Me Gusta”, suscribirse al canal y tocar la campanita para no perderse ninguna de nuestras aventuras. ¡Hasta la próxima!

El Molino y la Flor de los Deseos 🌟 | Cuento Infantil sobre Generosidad y Bondad 🌟

Era una noche de luna llena en el huerto de la abuela. El molino Chicago Air Motor, con sus aspas metálicas brillando bajo la luz plateada, giraba suavemente, como siempre lo hacía cuando el viento del norte soplaba. Pero esa noche algo diferente sucedió.

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Los niños, reunidos bajo el árbol de moras con Tío Agustín, notaron un brillo peculiar en el molino. “¡Miren!” exclamó Sofía, la menor del grupo, señalando las aspas que empezaban a girar más rápido de lo habitual.

El viejo campesino, con su sombrero de alas rectas y una pajita de trigo entre los labios, se levantó lentamente. “Algo especial está pasando, niños. Ese molino solo gira así cuando quiere contarnos algo importante”, dijo mientras los niños lo seguían con curiosidad.

De pronto, una suave brisa cargada de un dulce aroma llenó el aire. De las aspas del molino comenzaron a caer pequeñas semillas luminosas que brillaban como diminutas estrellas. Las semillas flotaban suavemente antes de posarse sobre el suelo.

“¿Qué son estas semillas, Tío?” preguntó Mateo, el mayor del grupo, recogiendo una de las luces con cuidado.

Tío Agustín sonrió, sus ojos reflejando la sabiduría de los años. “Estas son las semillas de la Flor de los Deseos, una planta mágica que solo florece en noches como esta. Pero cuidado, niños, no es cualquier flor. Solo brota si se siembra con generosidad y si el deseo que piden no es egoísta”.

Intrigados, los niños comenzaron a recoger las semillas con cuidado. “¿Podemos sembrarlas ahora?” preguntó Sofía, emocionada.

“Claro que sí”, respondió Tío Agustín, guiándolos a un pequeño rincón del huerto donde la tierra era más suave. Con manos cuidadosas, cada niño plantó una semilla y cerró los ojos para pedir su deseo.

Mateo deseó que su papá regresara temprano del trabajo para poder jugar juntos. Sofía pidió que su amiga, enferma desde hace semanas, pudiera volver a la escuela. Los otros niños también hicieron deseos llenos de bondad y amor.

Al amanecer, el huerto se llenó de exclamaciones. Las semillas habían germinado y, en su lugar, crecían hermosas flores de colores brillantes, cada una irradiando una luz suave.

Tío Agustín los reunió bajo el árbol de moras. “¿Ven lo que pasa cuando se siembra con generosidad? La Flor de los Deseos no solo cumple lo que piden, también ilumina el corazón de quienes la cultivan. Ahora vayan y esperen. Verán que, con el tiempo, sus deseos se harán realidad”.

Y así fue. Con los días, Mateo se sorprendió al ver que su papá deseaba jugar con él al volver del trabajo, mientras Sofía vio a su amiga llegar al salón con una sonrisa. Los niños comprendieron que el molino y sus flores no solo cumplían deseos, sino que también enseñaban una gran lección: los deseos más poderosos son aquellos que nacen del amor y la generosidad.

Desde entonces, cada noche de luna llena, los niños esperan bajo el árbol de moras para ver si el molino gira mágicamente una vez más, siempre listos para sembrar nuevos deseos y llenar el huerto de luz y esperanza.

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El Árbol de las Preguntas 🌳 | Cuento Infantil del Tío Agustín sobre la Amistad y el Respeto 🫐✨

En el coraz��n del huerto de la abuela, bajo la sombra del imponente árbol de moras negras, un grupo de niños se reunía cada tarde para escuchar las historias de Tío Agustín. El árbol, siempre cargado de moras dulces, era un lugar especial. Pero un día, algo extraordinario ocurrió: las hojas comenzaron a susurrar.

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Primero fue un suave murmullo que solo los más atentos pudieron notar. Pero pronto, todos escucharon claramente las palabras: «¿Qué es la verdadera amistad?», «¿Qué significa el respeto?», «¿Por qué es importante cuidar la naturaleza?» Los niños, sorprendidos, miraron a Tío Agustín, quien, con una sonrisa cómplice, les explicó que el árbol estaba poniendo a prueba su sabiduría.

«Este árbol es mágico», dijo Tío Agustín mientras se acomodaba su sombrero de ala recta. «Cada vez que respondan correctamente una de sus preguntas, florecerá una nueva mora, como un regalo por su esfuerzo y honestidad».

Intrigados, los niños aceptaron el desafío. Primero, Sofía, la más pequeña del grupo, respondió: «La verdadera amistad es ayudar a los demás sin esperar nada a cambio». Inmediatamente, una mora brillante apareció entre las hojas, como si el árbol aplaudiera su respuesta.

Luego, Tomás, con sus manos llenas de tierra por haber estado jugando cerca del pozo, se atrevió a contestar la siguiente pregunta: «El respeto es tratar a todos como te gustaría que te trataran». Al instante, otra mora floreció, más grande y más brillante que la anterior.

Cada niño tomó su turno, reflexionando sobre las preguntas del árbol. Hablaron sobre la importancia de compartir, la paciencia, y la necesidad de cuidar su entorno. Con cada respuesta acertada, el árbol se llenaba de moras, hasta que todo su follaje parecía un cielo estrellado de pequeños frutos negros y resplandecientes.

Tío Agustín los observaba con orgullo. «Ven», les dijo al final, «el árbol nos ha enseñado que las mejores respuestas no están en los libros, sino en nuestro corazón y en cómo vivimos nuestra vida».

Cuando el sol comenzó a ocultarse tras las montañas, los niños, satisfechos y felices, recogieron moras para compartirlas con sus familias. Antes de despedirse, agradecieron a Tío Agustín y prometieron regresar al día siguiente para escuchar más historias y aprender de las preguntas del árbol.

«Gracias por acompañarnos en esta maravillosa historia bajo el árbol de moras», dijo Tío Agustín con una sonrisa mientras el molino de viento giraba suavemente al fondo. «Si disfrutaron este cuento, no olviden suscribirse al canal, dejar un ‘Me Gusta’ y tocar la campanita para que les lleguen las notificaciones de nuestras próximas historias. ¡Hasta la próxima aventura!»