sabiduría
“¿Por Qué el Mundo Está Como Está? 
| Una Verdad Que los Niños Pueden Comprender”
La tarde ca��a lenta sobre el huerto de la Abuela María. El molino de viento giraba despacio, empujado por una brisa suave que parecía traer murmullos de muy, muy lejos. Bajo el árbol de moras negras, como cada atardecer, Tío Agustín se sentó en su banco de madera con la ramita de mora en la boca. A su lado, la Abuela tejía con paciencia, su delantal manchado de la cosecha del día.
Los niños llegaron corriendo. Tomás, Sofía y Mateo traían las mejillas coloradas del juego, pero algo en sus ojos decía que venían con preguntas más grandes que el huerto.
—Tío Agustín —dijo Sofía, aún agitada—, en la escuela la maestra habló de los problemas del mundo. Del agua, del clima, de los animales que desaparecen… ¿de verdad todo eso está pasando?
El viejo levantó la vista al cielo, que ya se empezaba a llenar de estrellas, y suspiró.
—Sí. Está pasando… y ustedes lo van a ver con sus propios ojos. El mundo de ustedes será distinto al que nos tocó a nosotros.
—¿Pero por qué, Tío? —preguntó Mateo— ¿Por qué si hay tantas cosas bonitas, también hay tantas cosas malas?
La Abuela dejó de tejer y miró a los niños con ternura.
Porque, mis niños… la humanidad aún es muy joven. Apenas estamos aprendiendo a vivir juntos sin hacernos daño.
Tío Agustín asintió.
—Miren, si la historia de la Tierra fuera un solo año… nosotros, los humanos, apareceríamos en los últimos minutos del 31 de diciembre. Somos una especie nueva, todavía estamos creciendo. Y como todo niño, cometemos muchos errores.
—¿Errores como pelear? —preguntó Tomás.
—Exactamente —dijo el Tío—. Peleamos por agua, por tierra, por ideas. Pensamos mucho en el yo, y muy poco en el nosotros. Y ese es el verdadero problema: creemos que estamos solos, pero en realidad estamos todos en el mismo barco.
—¿Y qué pasará cuando seamos grandes? —Sofía se sentó más cerca de la Abuela.
—Tendrán que tomar decisiones —dijo ella—. Decidir si quieren seguir por el camino del egoísmo, o caminar juntos, como hermanos. Tendrán que cuidar el agua, la tierra, y también cuidarse entre ustedes.
—Pero nosotros somos niños… —dijo Mateo con un poco de miedo.
—Y eso es lo más hermoso —respondió Tío Agustín—. Porque los niños pueden cambiar el mundo. No están llenos de ideas fijas ni de miedo. Ustedes pueden aprender a compartir, a escuchar, a pensar en los demás.
—¿Y si nadie más quiere cambiar? —preguntó Tomás.
El molino giró suavemente, como si respondiera con su canto metálico.
—Entonces ustedes serán como ese molino —dijo el Tío—. Aunque el mundo no cambie de inmediato, ustedes seguirán girando, trayendo agua a la tierra, refrescando corazones. Uno por uno. Como la brisa que empieza leve, y un día se convierte en viento que lo cambia todo.
La Abuela sonrió.
—Los problemas del mundo no se resuelven solo con tecnología ni con fuerza. Se resuelven con conciencia y con amor. Y la conciencia empieza cuando dejamos de pensar en “yo” y empezamos a pensar en “nosotros”.
Los niños guardaron silencio.
El cielo se estaba cubriendo de estrellas.
Y en ese instante, bajo el árbol de moras negras, entendieron que no eran pequeños.
Eran parte de algo más grande.
Eran la semilla del “nuevo nosotros”.
El Viaje Invisible 
| Un Cuento del Tío Agustín para Entender el Universo con Calma y Fe
En una noche tranquila, bajo un cielo estrellado, los niños se reunieron con el Tío Agustín y la Abuela bajo el árbol de moras negras, junto al viejo molino Chicago Air Motor. El viento era suave, y la luna llena iluminaba todo con una luz plateada y serena.
—Tío Agustín, dijo Tomás, señalando el cielo. ¿Es cierto que estamos moviéndonos, aunque parezca que todo está quieto?
Tío Agustín sonrió, como quien ha estado esperando esa pregunta durante muchos años.
—Muchacho, no solo nos movemos. ¡Viajamos a una velocidad que ni te imaginas!, y se acomodó el sombrero. Esta Tierra gira sobre sí misma a más de mil seiscientos kilómetros por hora. Y al mismo tiempo, da vueltas alrededor del Sol a más de cien mil. Y eso no es todo, nuestro Sol, con todos sus planetas, ¡también gira alrededor de la galaxia! Y la galaxia, también viaja por el universo.
Los niños abrieron los ojos como platos. Sofía susurró:
—¿Y cómo es que no sentimos nada?.
—Porque todo lo que está aquí, gira con nosotros, respondió el Tío—. Es como estar dormido en un tren que va en la noche. Todo se mueve, pero tú estás tranquilo. Así es la creación de Dios, perfecta.
—¿Y si un día todo se acaba?, preguntó Sofía, con un poco de preocupación.
La Abuela, que tejía en silencio, levantó la vista y sonrió con ternura.
—Hijita, nuestra vida es como una mora: pequeña, dulce, y hermosa si se saborea a tiempo. No hay que temer al cielo ni a las estrellas. Hay que vivir con amor, hacer el bien, y confiar.
Tío Agustín asintió despacio, mirando al cielo.
—Nos preocupamos por muchas cosas, pero la verdad es que, aunque el universo se mueva y cambie, mientras estemos aquí, con las estrellas arriba, el árbol de moras, el molino girando, estamos bien. Porque estos movimientos están dentro del tiempo de Dios. Y ese, es un tiempo perfecto.
En ese instante, como si el universo quisiera decir, “amén”, una estrella fugaz cruzó el cielo.
Los niños se quedaron en silencio.
Tío Agustín y la Abuela también.
Y por un momento, todos supieron que ese pequeño rincón del mundo estaba en paz.
Historias del Tío Agustín para Niños
| El Molino y los Cuatro Vientos 
Era una tarde tranquila en el huerto de la abuela, con el sol acariciando las hojas del árbol de morera. Bajo su sombra, los niños se reunieron alrededor del tío Agustín, que estaba despejando su paja de trigo mientras observaba el molino de viento Chicago Air Motor. Éste, como siempre, giraba con gracia al ritmo del viento. Pero esa tarde, algo especial sucedió.
El molino de viento comenzó a girar más rápido de lo habitual, y con cada cambio de dirección, sus aspas emitían un suave susurro. “¿Lo escuchan?”, preguntó el tío Agustín con una sonrisa. “Hoy el molino de viento quiere contarnos historias de los cuatro vientos”.
Los niños, intrigados, se acercaron, atentos a las palabras de su tío. “Cada viento trae consigo una historia, y si prestamos atención, podemos aprender de ellas”.
El viento del norte: La leyenda del coraje.
El primer giro trajo consigo el viento del norte, cuya voz era fuerte y firme. El molino contaba la historia de un joven oso polar llamado Arctic, que tuvo que atravesar un desierto de hielo para salvar a su familia atrapada en una cueva congelada. Con valentía enfrentó tormentas y peligros, aprendiendo que el coraje y el valor no son la ausencia de miedo, sino la capacidad de seguir adelante a pesar de él.
El viento del sur: El cuento del amor.
El molino volvió a girar, y esta vez fue el viento del sur quien habló en un tono cálido y melodioso. Era la historia de una colibrí llamada Lila que volaba incansablemente entre flores para encontrar la medicina que salvaría a su compañero enfermo. Su amor y dedicación demostraron que el verdadero amor está en los actos desinteresados.
El viento del este: La fábula de la sabiduría.
Cuando el viento del este tomó el control, su voz era tranquila y reflexiva. Contó la fábula de un viejo búho llamado Orión, que enseñó a los animales del bosque a trabajar juntos para resolver un problema que ninguno podía enfrentar solo. Los niños aprendieron que la sabiduría no se encuentra en saberlo todo, sino en saber escuchar y colaborar.
El viento del oeste: La aventura de la perseverancia.
Finalmente, el molino giró hacia el oeste y su susurro vibró con energía. El viento contó la historia de un pequeño zorro llamado Céfiro, que cruzó montañas y valles para encontrar un hogar para su familia. A pesar de los obstáculos, nunca se rindió, demostrando que la perseverancia es la clave del éxito.
Cuando el molino dejó de girar, el tío Agustín miró a los niños. “Cada viento nos ha traído una lección importante: valor, amor, sabiduría y perseverancia. Son historias que debemos guardar en nuestros corazones”.
Inspirados, los niños miraron el molino con nuevos ojos, agradecidos por las historias que el viento había traído.
“Espero que hayan disfrutado de esta historia, mis amados niños”, dijo el tío Agustín con una sonrisa. “Si les gustó, no olviden dejar un ‘Me gusta’, suscribirse al canal y darle a la campanita para no perderse ninguna de nuestras próximas aventuras. ¡Nos vemos en la próxima historia bajo la morera!”
El Reto del Valle del Silencio: Aprendiendo a Escuchar: crecimiento personal y autocontrol
Tengo un nuevo cuento para ti, espero que te guste.
En un rincón olvidado del gran bosque encantado, donde los árboles susurraban historias antiguas con cada soplo de viento, se encontraba el enigmático Valle del Silencio. Se decía que aquel que pudiera cruzarlo sin emitir un solo sonido, alcanzaría la Cueva de la Sabiduría, un lugar sagrado donde los secretos del bosque eran revelados a los dignos.
Lila la Liebre, Félix el Zorro, Marta la Tortuga y Simón el Pájaro Cenzontle se reunieron al borde del valle, cada uno con sus propias razones para buscar la sabiduría. La liebre, siempre inquieta, creía que la rapidez era su mejor aliada. El zorro, confiado en su astucia, pensaba que el silencio sería un simple obstáculo. Marta, por su parte, sabía que el silencio y la paciencia eran amigos desde hacía tiempo. Simón, amante de su melodiosa voz, enfrentaba el mayor reto de todos.
Al entrar al valle, un cartel les recordaba: “En el silencio se halla la clave”. Lila, impaciente, intentó varias veces avanzar rápidamente, charlando consigo misma sobre la estrategia, pero cada palabra la devolvía al inicio. Observó, frustrada, cómo Marta avanzaba lenta pero segura, sin emitir sonido alguno.
Félix, acostumbrado a narrar cada uno de sus pasos en voz alta, se mordía la lengua para no hablar. Al principio, la quietud le parecía insoportable, pero pronto comenzó a notar los pequeños detalles del bosque que antes ignoraba: el crujir de las hojas bajo sus patas, el distante zumbido de las abejas y el suave murmullo de un arroyo. El silencio le enseñaba a ser más consciente del mundo que lo rodeaba.
Simón, el pájaro cenzontle, luchaba internamente. Su naturaleza le instaba a llenar el aire con sus canciones. Sin embargo, a medida que avanzaba, se detenía a escuchar. Por primera vez, percibía la sinfonía natural del bosque: el ritmo de los grillos, el coro de los vientos y el susurro de las hojas. Encontró música incluso en el silencio.
Marta, la tortuga, avanzaba con una sonrisa tranquila. Conocía el poder del silencio y sabía que, en su quietud, residía la verdadera sabiduría. A veces, hacía una pausa para esperar a los demás, guiándolos con su mirada comprensiva y gestos suaves.
Cerca del final del valle, un río ancho bloqueaba el camino hacia la cueva. Los cuatro amigos se encontraron allí, mirándose en silencio, buscando una manera de cruzar. Fue entonces cuando, sin palabras, iniciaron la construcción de un puente con troncos caídos y piedras. Trabajando juntos en completo silencio, cada uno aportaba lo que mejor sabía hacer, guiados únicamente por la comprensión mutua y el deseo compartido de alcanzar su objetivo.
Al cruzar el puente y llegar a la Cueva de la Sabiduría, no encontraron tesoros ni secretos antiguos escritos en pergaminos dorados. En cambio, encontraron un espejo claro como el cristal que reflejaba sus propias imágenes. En ese reflejo, vieron la verdad que el Valle del Silencio les había enseñado: la sabiduría residía en saber cuándo hablar y cuándo escuchar, en comprender que el silencio no es la ausencia de sonido, sino la presencia de una comprensión más profunda.
Los cuatro amigos regresaron al bosque, llevando consigo no solo la sabiduría del silencio, sino también una amistad fortalecida por la experiencia compartida. Habían aprendido que, a veces, el silencio dice más que mil palabras.