historia con moraleja

Luces Misteriosas en el Molino 🌟 | 👻¿Fantasma o Magia? Descúbrelo con Tío Agustín y La Abuela

Las noches en el huerto de la abuela eran, por lo general, tranquilas y apacibles. El canto lejano de los grillos, el murmullo del viento entre los árboles y el suave crujir del viejo molino de viento Chicago Air Motor, componían una melodía que arrullaba a cualquiera. Pero esa noche, algo era distinto.

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Sofía fue la primera en notarlo. Al asomarse por la ventana, vio unas luces titilantes cerca del molino, como si un par de ojos flotantes lo rodearan. Llamó a su hermano Tomás y juntos, miraron con asombro aquellas figuras que parecían danzar en el aire.

—¡Es un fantasma! —susurró Tomás, con los ojos abiertos como platos.

—¿Y si es el espíritu del molino? —añadió Sofía, un poco asustada.

Los dos corrieron hasta donde estaba Tío Agustín, que tocaba su guitarra bajo el árbol de moras. Al escucharlos, dejó el instrumento a un lado y frunció el ceño con una sonrisa divertida.

—¿Un fantasma en el molino? Eso sí que no me lo esperaba esta noche, dijo mientras se levantaba.

La Abuela, que venía saliendo con una taza de té, también escuchó la historia.

—Vengan, niños. Vamos todos a ver qué misterio es ese, —propuso ella con calma.

Juntos caminaron con linternas hacia el molino, que crujía suavemente con cada ráfaga de viento. Las luces seguían allí, moviéndose como si bailaran al ritmo del aire. Pero al acercarse un poco más, Tío Agustín soltó una carcajada.

—¡No es un fantasma, niños! ¡Son luciérnagas!

—¿Luciérnagas? —preguntó Sofía, acercándose con curiosidad.

—Así es —confirmó La Abuela—. Una familia entera, por lo que parece. Y mira cómo vuelan, ¡como si dibujaran formas en el aire!

Los niños observaron embelesados. Las pequeñas luces se unían en círculos, espirales y figuras que por momentos parecían una cara sonriente, una estrella o incluso el contorno del molino mismo.

—¡Por eso pensábamos que era un fantasma! —exclamó Tomás—. ¡Qué increíble!

Tío Agustín se agachó junto a ellos y murmuró:

—Las luciérnagas tienen un lenguaje especial con sus luces. A veces lo usan para comunicarse entre ellas. Tal vez esta familia está celebrando algo.

—¿Y si hacemos algo para protegerlas? —sugirió Sofía—. No quiero que nadie las asuste o intente alejarlas del molino.

La Abuela sonrió con ternura.

—Esa es una idea maravillosa. Podríamos poner un letrero que diga: “Hogar de luciérnagas. No molestar”.

Y así lo hicieron. Los niños, con la ayuda de Tío Agustín, pintaron un pequeño cartel que colocaron junto a la base del molino. También buscaron información en libros antiguos de la abuela sobre cómo cuidar ese tipo de insectos.

Al día siguiente, cuando el sol salió, los niños recorrieron el huerto con cuidado, descubriendo pequeñas luciérnagas, aún dormidas sobre las hojas y troncos. Les prepararon pequeños espacios con sombra, agua y flores para que se sintieran cómodas.

Desde aquella noche, las luces danzantes se convirtieron en un espectáculo nocturno en el huerto. Los niños invitaban a sus amigos, quienes venían con mantas para sentarse y observar el ballet de luciérnagas bajo las estrellas. Se volvió tradición escuchar historias contadas por La Abuela, mientras Tío Agustín tocaba su guitarra al ritmo del viento.

Y el viejo molino, en lugar de ser un lugar misterioso, se volvió el rincón más mágico del huerto.

Porque, como bien decía Tío Agustín, “A veces, los fantasmas no dan miedo. Solo están hechos de luz y alas pequeñas que quieren contar una historia brillante.

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Un Cristal Mágico en Peligro. ¡Los Niños y Tío Agustín Deben Protegerlo! 🔥💎

Bajo el cielo estrellado del huerto, el viejo molino de viento Chicago Air Motor giraba lentamente con la brisa nocturna. Desde hacía generaciones, aquel molino escondía un secreto que solo Tío Agustín conocía: en su interior, oculto tras un compartimiento secreto, se encontraba un cristal especial que absorbía la luz de las estrellas y la reflejaba en destellos mágicos.

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Aquella noche, mientras los niños escuchaban a Tío Agustín contar historias bajo el árbol de moras, un sonido extraño se escuchó en el molino. Ramiro, el más curioso del grupo, corrió a ver qué sucedía y vio sombras moverse entre la estructura de metal.

—¡Tío Agustín! ¡Alguien está en el molino! —gritó Ramiro con urgencia.

Tío Agustín se levantó de inmediato, ajustándose el sombrero.

—¡Válgame el cielo! Parece que han venido por el cristal —murmuró con el ceño fruncido.

Los niños lo miraron con asombro.

—¿Qué cristal, tío? —preguntó Anita.

—Uno que tiene el brillo de las estrellas y un poder especial. Es un tesoro muy antiguo que ha permanecido oculto para que no caiga en malas manos —respondió Tío Agustín.

Sin perder tiempo, el grupo se acercó sigilosamente al molino. Entre las sombras, vieron a tres hombres vestidos con capas oscuras tratando de forzar la compuerta de madera.

—¡Debemos detenerlos! —susurró Miguel.

—Pero somos solo niños… —dijo Carolina, preocupada.

Tío Agustín sonrió y se agachó a su altura.

—Cuando las estrellas brillan juntas, iluminan hasta la noche más oscura. No hay que ser grandes ni fuertes para hacer lo correcto. Solo debemos trabajar en equipo.

Los niños se miraron entre sí y asintieron con determinación. Con rapidez, idearon un plan: mientras unos lanzaban moras para distraer a los ladrones, otros aflojaban las cuerdas de un viejo saco de harina en lo alto del molino.

—¡Ahora! —gritó Ramiro.

Los malhechores quedaron cubiertos de harina blanca y comenzaron a toser sin poder ver nada. En medio del alboroto, Tío Agustín sacó un silbato de su bolsillo y lo hizo sonar con fuerza. De inmediato, los perros del huerto llegaron corriendo y ladrando, haciendo que los ladrones huyeran despavoridos.

Cuando todo se calmó, los niños entraron al molino y vieron el cristal oculto en su compartimiento secreto. Su luz brillaba más que nunca.

—¡Lo logramos! —exclamó Carolina.

Tío Agustín sonrió con orgullo.

—Porque trabajamos juntos, como las estrellas en el cielo.

Los niños asintieron, comprendiendo que la verdadera magia del cristal no estaba solo en su brillo, sino en la unión y el esfuerzo compartido.

Desde entonces, cada noche se reunían bajo el árbol de moras, mirando el molino y recordando que, mientras estuvieran juntos, nada ni nadie podría apagar su luz.

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