esperanza
🌐“Cuando Ustedes Sean Adultos 🌎 | Un Cuento del Tío Agustín sobre el Futuro”
El sol empezaba a bajar lentamente detrs de las colinas, tiñendo el cielo de tonos dorados, naranjas y rosados. El molino de viento giraba tranquilo, como si bailara con la brisa. Bajo el árbol de moras negras, Tío Agustín se acomodaba en su silla de madera, con su sombrero recto y una ramita de mora entre los labios. Los niños, como de costumbre, se sentaron a su alrededor, sabiendo que venía una historia especial.
—Tío Agustín —preguntó Sofía—, ¿cómo va a ser el mundo cuando nosotros seamos adultos?
El viejo sonrió con ternura. Miró el cielo encendido por el atardecer y se acomodó los tirantes.
—Esa es una buena pregunta —dijo—. El mundo va a ser distinto. Tendrán retos que nosotros apenas imaginamos. Pero también tendrán la oportunidad de hacer cosas maravillosas.
Los niños se acercaron un poco más, atentos.
—Por ejemplo —continuó—, el agua será más escasa. En algunos lugares, cada gota será valiosa. Tendrán que aprender a cuidarla desde pequeños, como se cuida un tesoro. Cuando se laven las manos o rieguen una planta, piensen en eso.
—¿Y el clima? —preguntó Tomás.
—Cambiará —dijo Tío Agustín con calma—. Habrá más calor, más lluvias fuertes, más sequías. Pero ustedes, que son listos y valientes, van a encontrar nuevas formas de vivir. Quizá inventen techos que recojan agua, o árboles artificiales que limpien el aire. Pero lo más importante será cuidar los árboles reales, los ríos y las montañas.
—¿Y las máquinas? —dijo Leo—. ¿Van a hacer todo por nosotros?
—Muchas cosas sí. Las máquinas serán rápidas, pero no tendrán corazón. Podrán cocinar, manejar, hasta escribir. Pero ustedes tendrán algo que ninguna máquina puede copiar: amor, ternura, amistad. Eso es lo que los hará indispensables.
Se hizo un pequeño silencio, interrumpido solo por el zumbido del molino.
—También encontrarán personas buenas, pero también algunas que no lo serán —dijo Tío Agustín, poniéndose un poco serio sin perder la dulzura—. Habrá quienes les prometan caminos fáciles, riquezas sin esfuerzo, cosas brillantes que parecen buenas… pero no lo son. Tal vez les ofrezcan hacer trampa, dejar de estudiar, o probar cosas que hacen daño.
Los niños bajaron un poco la mirada, pensativos.
—Pero quiero que recuerden algo muy importante —continuó—: no hay atajos verdaderos. Lo que vale la pena toma tiempo. Y ustedes tienen algo que nadie puede quitarles: la fuerza para decir “no”, cuando algo no está bien, y la constancia para seguir adelante cuando algo es difícil.
—¿Y si nos equivocamos? —preguntó Rita con voz suave.
—Se van a equivocar —dijo Tío Agustín, sonriendo de nuevo—. Todos nos equivocamos. Lo que importa es aprender, levantarse, y seguir. Caerse no es fracasar. Fracasar es no intentarlo de nuevo.
Los niños lo miraban con los ojos grandes, atentos a cada palabra.
—Habrá momentos en que el mundo parezca confundido, donde haya mucho ruido, muchas opiniones, y poca verdad. Pero si aprenden a escuchar con el corazón y a pensar por ustedes mismos, encontrarán el camino correcto.
El molino giró con un suave crujido, como si también aprobara esas palabras.
—Cuando ustedes sean adultos, van a tomar decisiones importantes. Algunas serán difíciles. Pero si recuerdan quiénes son, si cuidan a los demás, si trabajan con honestidad y amor… no solo les irá bien a ustedes, sino a todos los que los rodeen.
Tío Agustín miró a cada uno a los ojos y dijo con firmeza:
—Yo los conozco. Sé de qué están hechos. Ustedes son la nueva humanidad, serán los que construirán un mundo más justo, más amable, más humano. No porque todo sea fácil… sino porque ustedes estarán listos.
Los niños aplaudieron, y Leo se acercó a abrazarlo sin decir nada.
El molino giró un poco más fuerte, las moras cayeron dulcemente sobre la tierra, y el atardecer siguió pintando el cielo con esperanza.