cuentos narrados

🪵 ¿Quién Era Realmente Don Ezequiel? Los Niños Descubrieron la Verdad en su Taller 👀

Acom��dense bien, niños, porque hoy les contaré algo que pocos en este pueblo saben. Es la historia de un hombre que, como este molino de viento que ven girar, siempre estuvo en movimiento, ayudando a otros sin que nadie lo notara.

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Era un día como este, con el sol brillando fuerte y el viento jugando entre las hojas del árbol de moras. Ustedes, revoltosos como siempre, andaban corriendo cerca del molino cuando, sin querer, rompieron una de mis sillas. ¿Lo recuerdan?.

¡Ay, Tío Agustín!, dijeron algunos de los niños con carítas de preocupación—. ¡No fue nuestra intención!

Claro, los niños siempre andan haciendo travesuras. Pero en lugar de enojarme, les propuse una solución:

Fuimos con don Ezequiel. Él sabe más de madera que nadie.

Sus caras cambiaron en ese momento recordando eso de la silla rota. . Don Ezequiel no era alguien con quien quisieran tratar. Es un viejo, callado y con cara de pocos amigos, se dice que nadie lo ha visto sonreír en años.

Cuando llegámos a su carpintería, él nos miró de reojo y gruñó:

¿Y ahora qué quieren?

Le conté lo que había pasado con la silla, y él, después de examinarla, dijo:

Puedo arreglarla… pero estos muchachos van a ayudarme.

Así que ahí se quedaron ustedes, con las manos llenas de aserrín, aprendiendo a lijar y a unir las piezas, pero mientras trabajaban, yo vi algo interesante: sus ojos empezaron a recorrer el taller.

Allí, entre serruchos y tablas, había cosas que no esperaban ver: una cuna nueva esperando ser entregada, una mesa reparada con esmero, y en un rincón, una caja llena de juguetes tallados a mano.

¿Para quien son todos estos juguetes? —preguntó Sofía.

Don Ezequiel suspiró, como si la pregunta lo sorprendiera.

Cuando alguien los necesita, se los doy, respondió sin más.

Y entonces lo entendieron. Ustedes recordaron al niño que recibió un caballito de madera cuando su familia perdió todo en un incendio, o a doña Marta, que de la nada tuvo una puerta nueva después de la tormenta.

¿Fue usted?, preguntó Tomás al viejo carpintero, con los ojos bien abiertos.

Él solo asintió y siguió lijando la silla, como si no fuera algo importante.

Esa tarde, cuando terminaron, no solo llevaron de regreso una silla bien reparada, sino un secreto que antes nadie había sabido ver: el hombre serio y callado del pueblo había pasado su vida ayudando a todos en silencio.

Así fue como don Ezequiel, el viejo carpintero gruñón, se convirtió en alguien inolvidable en este pueblo.

Y eso, muchachos, es algo que nunca deben olvidar: a veces, las personas que parecen más distantes, son las que más han dado sin esperar nada a cambio.

Y así es la vida niños, dijo Tío Agustín mientras el viento jugaba con las hojas del árbol. A veces, los corazones más grandes son los que menos ruido hacen.

El molino de viento giró lentamente, como si también asintiera a sus palabras. Los niños se quedaron en silencio, mirando hacia la carpintería de don Ezequiel a lo lejos, como si de pronto la vieran con otros ojos.

Ahora, vayan y piensen en lo que hoy han aprendido, continuó tío Agustin. Y la próxima vez que pasen frente a alguien que parece serio y callado, recuerden que detrás de cada par de manos arrugadas, hay una historia esperando ser descubierta.

Se inclinó hacia adelante, palmeó su vieja silla, la misma que habían roto y con una sonrisa cómplice, agregó:

Y no se olviden de saludar a don Ezequiel.

Los niños rieron suavemente, y uno a uno, se levantaron para volver a casa. Pero algo había cambiado en ellos. Esa tarde, sus pasos eran más pausados, como si en sus corazones hubieran aprendido algo más valioso que solo reparar una silla.

Y Tío Agustín, con el molino girando a sus espaldas y el árbol de moras susurrando con el viento, los vio alejarse con una satisfacción tranquila, sabiendo que otra experiencia había cumplido su propósito.

Un Cristal Mágico en Peligro. ¡Los Niños y Tío Agustín Deben Protegerlo! 🔥💎

Bajo el cielo estrellado del huerto, el viejo molino de viento Chicago Air Motor giraba lentamente con la brisa nocturna. Desde hacía generaciones, aquel molino escondía un secreto que solo Tío Agustín conocía: en su interior, oculto tras un compartimiento secreto, se encontraba un cristal especial que absorbía la luz de las estrellas y la reflejaba en destellos mágicos.

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Aquella noche, mientras los niños escuchaban a Tío Agustín contar historias bajo el árbol de moras, un sonido extraño se escuchó en el molino. Ramiro, el más curioso del grupo, corrió a ver qué sucedía y vio sombras moverse entre la estructura de metal.

—¡Tío Agustín! ¡Alguien está en el molino! —gritó Ramiro con urgencia.

Tío Agustín se levantó de inmediato, ajustándose el sombrero.

—¡Válgame el cielo! Parece que han venido por el cristal —murmuró con el ceño fruncido.

Los niños lo miraron con asombro.

—¿Qué cristal, tío? —preguntó Anita.

—Uno que tiene el brillo de las estrellas y un poder especial. Es un tesoro muy antiguo que ha permanecido oculto para que no caiga en malas manos —respondió Tío Agustín.

Sin perder tiempo, el grupo se acercó sigilosamente al molino. Entre las sombras, vieron a tres hombres vestidos con capas oscuras tratando de forzar la compuerta de madera.

—¡Debemos detenerlos! —susurró Miguel.

—Pero somos solo niños… —dijo Carolina, preocupada.

Tío Agustín sonrió y se agachó a su altura.

—Cuando las estrellas brillan juntas, iluminan hasta la noche más oscura. No hay que ser grandes ni fuertes para hacer lo correcto. Solo debemos trabajar en equipo.

Los niños se miraron entre sí y asintieron con determinación. Con rapidez, idearon un plan: mientras unos lanzaban moras para distraer a los ladrones, otros aflojaban las cuerdas de un viejo saco de harina en lo alto del molino.

—¡Ahora! —gritó Ramiro.

Los malhechores quedaron cubiertos de harina blanca y comenzaron a toser sin poder ver nada. En medio del alboroto, Tío Agustín sacó un silbato de su bolsillo y lo hizo sonar con fuerza. De inmediato, los perros del huerto llegaron corriendo y ladrando, haciendo que los ladrones huyeran despavoridos.

Cuando todo se calmó, los niños entraron al molino y vieron el cristal oculto en su compartimiento secreto. Su luz brillaba más que nunca.

—¡Lo logramos! —exclamó Carolina.

Tío Agustín sonrió con orgullo.

—Porque trabajamos juntos, como las estrellas en el cielo.

Los niños asintieron, comprendiendo que la verdadera magia del cristal no estaba solo en su brillo, sino en la unión y el esfuerzo compartido.

Desde entonces, cada noche se reunían bajo el árbol de moras, mirando el molino y recordando que, mientras estuvieran juntos, nada ni nadie podría apagar su luz.

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