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🌀 El Misterioso Silbido del Molino 🏡 ¿Fantasmas o Algo Más? 🔎 | Cuentos para Niños con Intriga y Valores

El viento soplaba suavemente en el huerto de la abuela, meciendo las ramas del árbol de moras y haciendo girar lentamente las aspas del viejo molino de viento. Todo parecía en calma hasta que, una tarde, un extraño sonido comenzó a escucharse en el aire.

—¡Era un ruido extraño y misterioso!—silbaba el molino de una manera inquietante.

 

Los niños, que jugaban cerca del pozo, se quedaron en silencio. Se miraron unos a otros con asombro y un poco de miedo.

—¿Escucharon eso? —preguntó Mateo, con los ojos muy abiertos.

—Parece un lamento… —susurró Ana, abrazándose a su hermano.

—Tal vez el molino está embrujado —dijo Luis, con voz temblorosa.

Corrieron hasta donde estaba Tío Agustín, quien los recibió con una sonrisa tranquila, sentado bajo la sombra del árbol de moras.

—¡Tío Agustín, el molino está silbando! —dijeron todos a la vez.

El viejo campesino se quitó el sombrero, se rascó la barba y miró el molino con curiosidad.

—Eso no es cosa de fantasmas niños —dijo con calma—. Si el molino suena raro, debe haber una razón. Vamos a investigar.

Con paso firme, caminó hacia el molino, seguido por los niños que, aunque aún tenían miedo, confiaban en que su tío sabría qué hacer.

El sonido se hizo más fuerte cuando se acercaron. Tío Agustín observó las aspas girando lentamente y luego miró hacia la parte superior de la torre.

—Parece que el sonido viene de allá arriba —dijo—. Mateo, tráeme la escalera.

Mateo corrió a buscarla y, con la ayuda de los demás, la apoyaron contra la estructura del molino. Tío Agustín subió con cuidado, sosteniéndose con firmeza en cada peldaño.

Al llegar arriba, entre una de las rendijas de madera, algo se movió.

—¡Ajá! —exclamó—. Aquí está nuestro misterioso silbido.

Los niños esperaban ansiosos abajo.

—¿Qué es, Tío Agustín? —gritó Ana.

Tío Agustin sacó con delicadeza un pequeño bulto de entre las aspas del molino y lo sostuvo en sus manos. Al bajarlo, los niños vieron con sorpresa que se trataba de un pequeño búho, con los ojos muy abiertos y el plumaje alborotado.

—¡Es un búho! —exclamó Luis—. ¿Cómo llegó ahí?

—Parece que quedó atrapado cuando buscaba un lugar seguro para dormir —explicó Tío Agustín—. Sus alas estaban en una mala posición, y cuando el viento pasaba por el hueco donde estaba atrapado, las aspas se movían y el pequeño búho se quejaba de dolor y hacía que el molino silbara.

Los niños miraron al pequeño búho con ternura. Estaba asustado, pero sano.

—Tenemos que curarlo —dijo Ana.

—Así es —asintió Tío Agustín—. Pero antes, debemos asegurarnos de que esté tranquilo.

Prepararon un pequeño nido de paja en una caja y le dieron agua. Ahora, el pequeño búho parecía estar bien. Luego, cuando el sol comenzó a ocultarse y el cielo se tiñó de naranja, llevaron al búho al bosque cercano.

—Vamos, amiguito —susurró Mateo mientras abría la caja.

El búho parpadeó un par de veces y, con un suave batir de alas, se elevó en el aire hasta posarse en una rama. Desde ahí, miró a los niños y, como si entendiera lo que habían hecho por él, lanzó un suave ulular antes de perderse entre los árboles.

Los niños se sintieron felices y orgullosos.

—Hoy aprendimos algo muy importante —dijo Tío Agustín, acomodándose el sombrero—. A veces, los misterios no son lo que parecen. Y cuando trabajamos juntos, podemos resolver cualquier problema.

Los niños sonrieron y miraron al viejo molino, que ahora giraba en silencio, movido por el viento, sin más silbidos y ruidos misteriosos.

Y así, en el huerto de la abuela, terminó otro día lleno de aventuras y aprendizajes.

Tío Agustín y La Morera de los Secretos 🫐 | Cuento Educativo Infantil.

Bajo la luz dorada del amanecer, los niños del pueblo se reunían cerca del árbol de moras negras en el huerto de la abuela. Era un lugar mágico, no solo por las dulces moras que ofrecía, sino por los susurros misteriosos que emitían sus ramas cuando el viento soplaba. Aquella mañana, Tío Agustín, con su sombrero de alas rectas y la pajita de trigo entre los dientes, los esperaba bajo la sombra del árbol.

 

—¿Sabían ustedes que esta no es una morera común? —dijo Tío Agustín, su voz suave pero firme atrayendo toda la atención de los niños.

—¿Qué tiene de especial ? —preguntó Sofía, una niña de ojos grandes y curiosos.

Tío Agustín se inclinó hacia ellos, su bigote blanco brillando con la luz del sol.

—Este árbol guarda secretos antiguos, historias de los guardianes del bosque. Pero solo las revela a quienes tienen un corazón puro y están dispuestos a escuchar con el alma, no solo con los oídos.

Intrigados, los niños se sentaron en círculo alrededor del árbol. Tío Agustín colocó su mano callosa en el tronco de la morera y susurró unas palabras en voz baja. Las hojas comenzaron a moverse suavemente, aunque no había viento. De repente, una voz tenue y melodiosa emergió del árbol.

—Hubo una vez, hace muchos años, un guardián llamado Ramiro, un tejón valiente y honesto —narró la voz. Los niños intercambiaron miradas emocionadas mientras la historia cobraba vida—. Ramiro protegía el bosque con la ayuda de sus amigos, una familia de luciérnagas que iluminaban los caminos oscuros. Un día, un cazador llegó al bosque con malas intenciones. Ramiro, con su astucia y valor, evitó que el cazador causara daño, recordándole que la naturaleza no es un enemigo, sino un hogar.

—¿Y cómo lo hizo? —interrumpió Tomás, con los ojos brillando de emoción.

Tío Agustín sonrió y señaló una mora que comenzaba a brillar en el árbol.

—Cada lección aprendida hace que una mora brille, y así el árbol conserva los recuerdos —dijo—. Ramiro mostró al cazador la belleza del bosque, desde las luciérnagas danzando en la noche hasta los ríos cristalinos. Cuando el cazador comprendió, dejó su arco y sus flechas y se fue en paz.

Los niños escucharon atentamente, reflexionando sobre la historia. Al terminar, el árbol volvió a susurrar, pero esta vez las hojas parecían reír, como si celebraran la conexión creada entre los pequeños y los antiguos guardianes del bosque.

—¿Creen que también podemos ser guardianes del bosque tío? —preguntó Andrés, con una mora brillante en la mano.

Tío Agustín se agachó a su altura, su mirada cálida y firme.

—Claro que sí, Andrés. Ser un guardián no significa ser grande o fuerte. Significa ser honesto, cuidar a los demás y proteger lo que amas, como lo hizo Ramiro.

Con una sonrisa, los niños prometieron cuidar el bosque y respetar sus secretos. Mientras se alejaban del árbol, un suave viento sopló entre las ramas, como un agradecimiento por su compromiso.

Tío Agustín se levantó, ajustándose el sombrero y despidiéndose con un gesto amable.

—Gracias por acompañarnos hoy. Si les gustó esta historia, no olviden dejar un «Me Gusta», suscribirse al canal y darle a la campanita para que no se pierdan ninguna de nuestras aventuras. ¡Nos vemos en la próxima historia, bajo este árbol mágico!

Y con ese último susurro del viento, las hojas del árbol se movieron una vez más, despidiendo a los niños con su danza misteriosa.