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Tío Agustín y La Morera de los Secretos 🫐 | Cuento Educativo Infantil.

Bajo la luz dorada del amanecer, los niños del pueblo se reunían cerca del árbol de moras negras en el huerto de la abuela. Era un lugar mágico, no solo por las dulces moras que ofrecía, sino por los susurros misteriosos que emitían sus ramas cuando el viento soplaba. Aquella mañana, Tío Agustín, con su sombrero de alas rectas y la pajita de trigo entre los dientes, los esperaba bajo la sombra del árbol.

 

—¿Sabían ustedes que esta no es una morera común? —dijo Tío Agustín, su voz suave pero firme atrayendo toda la atención de los niños.

—¿Qué tiene de especial ? —preguntó Sofía, una niña de ojos grandes y curiosos.

Tío Agustín se inclinó hacia ellos, su bigote blanco brillando con la luz del sol.

—Este árbol guarda secretos antiguos, historias de los guardianes del bosque. Pero solo las revela a quienes tienen un corazón puro y están dispuestos a escuchar con el alma, no solo con los oídos.

Intrigados, los niños se sentaron en círculo alrededor del árbol. Tío Agustín colocó su mano callosa en el tronco de la morera y susurró unas palabras en voz baja. Las hojas comenzaron a moverse suavemente, aunque no había viento. De repente, una voz tenue y melodiosa emergió del árbol.

—Hubo una vez, hace muchos años, un guardián llamado Ramiro, un tejón valiente y honesto —narró la voz. Los niños intercambiaron miradas emocionadas mientras la historia cobraba vida—. Ramiro protegía el bosque con la ayuda de sus amigos, una familia de luciérnagas que iluminaban los caminos oscuros. Un día, un cazador llegó al bosque con malas intenciones. Ramiro, con su astucia y valor, evitó que el cazador causara daño, recordándole que la naturaleza no es un enemigo, sino un hogar.

—¿Y cómo lo hizo? —interrumpió Tomás, con los ojos brillando de emoción.

Tío Agustín sonrió y señaló una mora que comenzaba a brillar en el árbol.

—Cada lección aprendida hace que una mora brille, y así el árbol conserva los recuerdos —dijo—. Ramiro mostró al cazador la belleza del bosque, desde las luciérnagas danzando en la noche hasta los ríos cristalinos. Cuando el cazador comprendió, dejó su arco y sus flechas y se fue en paz.

Los niños escucharon atentamente, reflexionando sobre la historia. Al terminar, el árbol volvió a susurrar, pero esta vez las hojas parecían reír, como si celebraran la conexión creada entre los pequeños y los antiguos guardianes del bosque.

—¿Creen que también podemos ser guardianes del bosque tío? —preguntó Andrés, con una mora brillante en la mano.

Tío Agustín se agachó a su altura, su mirada cálida y firme.

—Claro que sí, Andrés. Ser un guardián no significa ser grande o fuerte. Significa ser honesto, cuidar a los demás y proteger lo que amas, como lo hizo Ramiro.

Con una sonrisa, los niños prometieron cuidar el bosque y respetar sus secretos. Mientras se alejaban del árbol, un suave viento sopló entre las ramas, como un agradecimiento por su compromiso.

Tío Agustín se levantó, ajustándose el sombrero y despidiéndose con un gesto amable.

—Gracias por acompañarnos hoy. Si les gustó esta historia, no olviden dejar un «Me Gusta», suscribirse al canal y darle a la campanita para que no se pierdan ninguna de nuestras aventuras. ¡Nos vemos en la próxima historia, bajo este árbol mágico!

Y con ese último susurro del viento, las hojas del árbol se movieron una vez más, despidiendo a los niños con su danza misteriosa.