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Cuento Infantil Mágico 🌙 | Tío Agustín y Conejitos en la luna🐰 | Molino de viento mágico

Una noche tranquila en el huerto de la abuela, los niños se reunieron bajo el árbol de moras mientras Tío Agustín, con su sombrero y su inconfundible bigote, preparaba otra historia. Pero esa noche fue diferente. El molino de viento, de repente, iluminado por la luz de la luna, comenzó a girar más rápido de lo habitual, como si estuviera vivo.

 

“¡Miren eso!” exclamó uno de los niños, señalando al molino que parecía querer despegar. De repente, un destello de luz envolvió a Tío Agustín y, antes de que pudiera decir algo, el molino lo levantó en el aire. Los niños lo vieron desaparecer entre las estrellas, boquiabiertos y llenos de asombro.

Tío Agustín despertó de su viaje en un paisaje plateado. Estaba en la Luna, rodeado por un grupo de pequeños conejitos luminosos de orejas largas y ojos brillantes como la luz estelar. “¡Bienvenido, viajero terrícola!” dijo uno de los conejitos. “Somos los Lumiontes, guardianes lunares y necesitamos tu ayuda.”

Intrigado, Tío Agustín preguntó qué ocurría. Los conejitos explicaron que una estrella se había perdido y sin ella, su cielo nocturno estaba incompleto. “Sin esa estrella, la Luna pierde su magia y los sueños de los niños en la Tierra se desvanecen”, añadió el líder de los conejitos.

Con su habitual curiosidad y ganas de ayudar, Tío Agustín se ofreció a buscar la estrella. Los Lumiontes le entregaron un mapa lunar y un polvo brillante que podía atraer estrellas perdidas. Montado en un pequeño vehículo lunar que parecía hecho de nubes y polvo cósmico, Tío Agustín comenzó su aventura.

Atravesó cráteres plateados, ríos de luz y campos de polvo estelar. Finalmente, llegó a una cueva oculta donde encontró a la estrella perdida, que estaba apagada y triste. “No quería iluminar más porque sentía que no era tan brillante como las demás”, explicó la estrella con voz temblorosa.

Tío Agustín sonrió con ternura. “Cada estrella tiene su propio brillo, no necesitas compararte con nadie. El cielo te necesita porque eres única.” Animada por sus palabras, la estrella volvió a brillar con fuerza, iluminando toda la cueva.

Con la ayuda del polvo brillante, Tío Agustín y la estrella regresaron a los conejitos lunares, quienes celebraron con saltos de alegría. Cuando la estrella volvió a su lugar en el cielo, el brillo mágico de la Luna regresó, y los sueños de los niños en la Tierra se llenaron de esperanza.

El molino volvió a girar y Tío Agustín despertó al pie del árbol de moras, rodeado por los niños que lo miraban con admiración. “¿Y luego qué pasó, Tío?” preguntaron emocionados.

Tío Agustín se acomodó el sombrero y sonrió. “Bueno, esa es una historia para otro día. Pero recuerden, no importa cuán lejos esté alguien, siempre vale la pena ayudar.”

Permítanme invitar a los niños y a todos los espectadores a dejar un “Me Gusta”, suscribirse al canal y activar la campanita para más historias mágicas.

Gracias, de parte de mi tío Agustin. ¡Que tengan un día excelente!. Nos vemos en la siguiente historia de mi tío Agustin.

Tío Agustín y el Molino de los Deseos 🌟 | Cuentos Educativos para Niños con Moraleja

Bajo el viejo rbol de moras, donde el sol apenas lograba colarse entre las ramas, los niños del pueblo se reunían todas las tardes para escuchar las historias de Tío Agustín. Ahí estaba él, con su sombrero de alas rectas, una pajita de trigo entre los labios y ese bigote amarillo que todos creían que el tiempo había pintado.

 

Aquella tarde, el molino de viento del huerto comenzó a girar más rápido de lo normal. Los niños lo miraban con curiosidad, y fue Luisito, el más travieso, quien corrió hacia Tío Agustín.

—¡Tío Agustín, el molino está girando como loco! ¡Va a despegar! —gritó Luisito.

Tío Agustín soltó una risita y dijo:

Imaginate tú mismo o tu mima cosechando frutas en tu patio trasero o en un departamento.

 

—No despegará, Luisito. Pero si sopla el viento del norte, podría ser que el molino haya despertado su magia.

—¿Magia? ¿Qué tipo de magia?

—La magia de los deseos pequeños —dijo Tío Agustín—. Pero solo si saben desear con responsabilidad.

Los niños, emocionados, comenzaron a acercarse al molino. Anita, la primera, susurró:

—Quisiera un ramito de flores para mi mamá.

El molino giró suavemente, y un pequeño ramo de margaritas apareció a sus pies. Luego fue Tomasito, quien pidió una manzana roja porque tenía hambre, y el molino le entregó una manzana brillante y jugosa. Los niños gritaban emocionados.

Pero Luisito, con una sonrisa traviesa, gritó:

—¡Yo quiero una montaña de caramelos!

El molino comenzó a girar más rápido que nunca, hasta que una montaña de caramelos apareció frente a ellos. Al principio, todos celebraron, pero pronto las cosas se salieron de control. Luisito resbaló intentando trepar, los niños peleaban por los dulces y el huerto quedó desordenado y pegajoso.

Tío Agustín se levantó y caminó hacia el molino.

—¡Alto, alto! —dijo con calma—. Los deseos son como semillas: si siembras demasiado, la tierra no podrá sostenerlas.

Los niños lo miraron atentos.

—Un deseo pequeño puede alegrar el corazón, pero pedir demasiado puede volverse un problema.

Luisito, con caramelos pegados en el cabello, bajó la cabeza avergonzado.

—Lo siento, Tío Agustín.

Tío Agustín sonrió.

—La magia está en disfrutar lo justo y necesario, no en tenerlo todo.

Los niños limpiaron el huerto y Luisito compartió los caramelos. Al caer el sol, se sentaron de nuevo bajo el árbol de moras mientras el molino dormía tranquilo, satisfecho de haber dado una lección importante.

La moraleja de la historia es que debemos de ser responsables con nuestros deseos. Desear tener mas de lo que necesitamos, puede traernos problemas.

 

Tortuga con alas

La tortuga amarilla que quería volar. Estaba soñando y sorprendió a todos sus amigos.

Érase una vez una tortuga amarilla llamada Terry que tuvo un sueño peculiar. Quería volar. Pero en un mundo donde las tortugas nacían para gatear, su deseo parecía imposible. Sin embargo, la imaginación de Terry no tenía límites. Todos los días, miraba al cielo y observaba al águila volar con gracia, al cuervo sumergirse entre […]

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