árbol de moras

El Futuro que Vio Tío Agustín 🌟 Una Historia Mágica que Nadie Olvidó Jamás

Era una tarde tibia de domingo. El molino de viento giraba con pereza mientras los rayos dorados del sol se colaban entre las ramas del árbol de moras negras. Los niños estaban sentados en el pasto, formando un semicírculo frente a Tío Agustín, que descansaba en su banco de madera con la ramita de trigo en la boca y el sombrero echado hacia atrás.

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Tomás, el más curioso del grupo, levantó la mano y preguntó:

—Tío Agustín… ¿cómo será el mundo dentro de cien años?

El viejo campesino sonrió despacio, como quien encuentra una pregunta vieja guardada en su memoria. Se acomodó los tirantes, miró hacia el molino y luego al cielo, que empezaba a teñirse de naranja.

—¿Cien años? Vaya pregunta, muchacho… —dijo—. Pues si me lo permiten, les voy a contar lo que me ha susurrado el viento del norte cuando pasa por las aspas del molino.

Los niños se acomodaron mejor. Hasta la Abuela María, que estaba en la cocina, asomó la cabeza por la ventana, sonriendo.

—Imaginen un mundo donde las personas se hablan a través de pequeños espejos que caben en el bolsillo —dijo Tío Agustín—. No cartas, no telegramas… sino palabras que vuelan por el aire como los zancudos.

Los ojos de los niños se agrandaron.

—¿Y cómo se ven? —preguntó Sofía.

—Como si te asomaras a una charca clara. Puedes ver la cara del otro aunque esté en otro continente. Y habrá trenes que vuelan, y carros que no hacen ruido, y luces por todos lados, hasta en las zapatillas. Pero también habrá gente que, a pesar de tener todo eso, se sentirá muy sola.

Los niños guardaron silencio. Solo se escuchaba el canto de los grillos.

—¿Por qué, Tío? —preguntó Rita.

—Porque se olvidarán de escuchar. De sentarse así, bajo un árbol. De mirar a los ojos y decir: “Estoy aquí, contigo”. Muchos correrán, pero no sabrán a dónde van.

En ese momento, un viento repentino agitó las hojas del árbol. El molino, que había estado casi inmóvil, comenzó a girar con fuerza, aunque no soplaba brisa visible. Un resplandor suave, como polvo de estrellas, cayó del cielo y pareció envolver a los niños.

Cerraron los ojos por instinto… y entonces lo vieron.

Una ciudad brillante, con torres de vidrio y luces parpadeantes. Personas hablando solas, caminando con aparatos en las orejas. Niños frente a cajas luminosas, moviendo los dedos sin ensuciarse jamás con tierra. Abuelos mirando pantallas para ver a sus nietos que viven lejos.

Pero también vieron algo más.

Una niña abrazando a su perro en medio de una tormenta. Un niño regando una planta en una maceta vieja. Una mujer anciana enseñando a hacer pan. Y un grupo de niños bajo un árbol enorme, escuchando a un hombre de sombrero que les contaba una historia.

Cuando abrieron los ojos, el resplandor se había ido. El molino volvió a su ritmo tranquilo. Tío Agustín seguía allí, pero ahora con los ojos cerrados y una media sonrisa bajo su bigote.

—Tal vez así sea el futuro… o tal vez no —murmuró—. Pero si ustedes crecen con respeto, amor por la tierra y por las personas, entonces el mundo de mañana será hermoso. Porque no importa qué tan moderno sea el futuro… siempre necesitará corazones buenos.

La Abuela María salió con una bandeja de pan y un cuenco de agua fresca.

—Algo me dice que se habló de cosas importantes —dijo, mientras repartía trozos de pan.

Tomás tomó el suyo, pero no dijo nada. Solo miró hacia el molino y luego al árbol.

—Yo… —dijo bajito— quiero sembrar un árbol mañana.

Y esa noche, bajo el cielo estrellado, nadie volvió a hablar del futuro. Porque de algún modo, todos sabían… que ya había empezado.

 

El Molino y la Flor de los Deseos 🌟 | Cuento Infantil sobre Generosidad y Bondad 🌟

Era una noche de luna llena en el huerto de la abuela. El molino Chicago Air Motor, con sus aspas metálicas brillando bajo la luz plateada, giraba suavemente, como siempre lo hacía cuando el viento del norte soplaba. Pero esa noche algo diferente sucedió.

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Los niños, reunidos bajo el árbol de moras con Tío Agustín, notaron un brillo peculiar en el molino. “¡Miren!” exclamó Sofía, la menor del grupo, señalando las aspas que empezaban a girar más rápido de lo habitual.

El viejo campesino, con su sombrero de alas rectas y una pajita de trigo entre los labios, se levantó lentamente. “Algo especial está pasando, niños. Ese molino solo gira así cuando quiere contarnos algo importante”, dijo mientras los niños lo seguían con curiosidad.

De pronto, una suave brisa cargada de un dulce aroma llenó el aire. De las aspas del molino comenzaron a caer pequeñas semillas luminosas que brillaban como diminutas estrellas. Las semillas flotaban suavemente antes de posarse sobre el suelo.

“¿Qué son estas semillas, Tío?” preguntó Mateo, el mayor del grupo, recogiendo una de las luces con cuidado.

Tío Agustín sonrió, sus ojos reflejando la sabiduría de los años. “Estas son las semillas de la Flor de los Deseos, una planta mágica que solo florece en noches como esta. Pero cuidado, niños, no es cualquier flor. Solo brota si se siembra con generosidad y si el deseo que piden no es egoísta”.

Intrigados, los niños comenzaron a recoger las semillas con cuidado. “¿Podemos sembrarlas ahora?” preguntó Sofía, emocionada.

“Claro que sí”, respondió Tío Agustín, guiándolos a un pequeño rincón del huerto donde la tierra era más suave. Con manos cuidadosas, cada niño plantó una semilla y cerró los ojos para pedir su deseo.

Mateo deseó que su papá regresara temprano del trabajo para poder jugar juntos. Sofía pidió que su amiga, enferma desde hace semanas, pudiera volver a la escuela. Los otros niños también hicieron deseos llenos de bondad y amor.

Al amanecer, el huerto se llenó de exclamaciones. Las semillas habían germinado y, en su lugar, crecían hermosas flores de colores brillantes, cada una irradiando una luz suave.

Tío Agustín los reunió bajo el árbol de moras. “¿Ven lo que pasa cuando se siembra con generosidad? La Flor de los Deseos no solo cumple lo que piden, también ilumina el corazón de quienes la cultivan. Ahora vayan y esperen. Verán que, con el tiempo, sus deseos se harán realidad”.

Y así fue. Con los días, Mateo se sorprendió al ver que su papá deseaba jugar con él al volver del trabajo, mientras Sofía vio a su amiga llegar al salón con una sonrisa. Los niños comprendieron que el molino y sus flores no solo cumplían deseos, sino que también enseñaban una gran lección: los deseos más poderosos son aquellos que nacen del amor y la generosidad.

Desde entonces, cada noche de luna llena, los niños esperan bajo el árbol de moras para ver si el molino gira mágicamente una vez más, siempre listos para sembrar nuevos deseos y llenar el huerto de luz y esperanza.

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El Molino de los Héroes Olvidados | Historias para Soñar | Fantasía y Lecciones de Vida

Bajo el ��rbol de moras negras del huerto de la abuela, Tío Agustín se acomodó en su silla de madera desgastada, con su sombrero de alas rectas y tirantes. Dos niños y tres niñas, con los ojos brillantes de curiosidad, se reunieron a su alrededor mientras los últimos rayos del sol teñían el cielo de naranja y púrpura. El molino Chicago Air Motor giraba lentamente en el fondo, iluminado por la suave luz del atardecer.

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«¿Saben?», dijo Tío Agustín, acariciándose el bigote, «este molino no es como los demás. Hay tardes como esta en que, si escuchas con atención, puedes oírlo susurrar historias».

Los niños intercambiaron miradas sorprendidas. «¿Historias?», preguntó Anita, abrazando su cuaderno de dibujos.

Tío Agustín asintió. «Hace mucho tiempo, este molino fue testigo de héroes olvidados, personas que marcaron la diferencia con actos de valentía y solidaridad. Y cuando el viento es adecuado, nos cuenta sus historias».

Esa tarde, el viento comenzó a soplar suavemente, haciendo girar las aspas del molino. Un murmullo melodioso llenó el aire. Los niños guardaron silencio mientras las palabras del molino cobraban vida.

La primera historia fue sobre María, una joven pastora que salvó a su pueblo de una sequía al compartir su agua con todos, incluso cuando apenas tenía para sí misma. A medida que Tío Agustín traducía los susurros del molino, los niños imaginaban a María caminando bajo el sol abrasador con su cántaro de barro, llevando esperanza a cada casa.

El molino siguió girando, revelando la historia de Don Julián, un anciano carpintero que había reconstruido un puente roto para que los aldeanos pudieran cruzar un río embravecido. Con cada palabra, las imágenes cobraban vida en la mente de los pequeños, llenándolos de admiración por el valor y la bondad de estos héroes.

«Cada héroe tuvo algo en común», dijo Tío Agustín cuando el molino se detuvo, dejando que el silencio llenara el huerto. «No eran fuertes ni poderosos, pero tenían un gran corazón y un deseo inmenso de ayudar a los demás».

Los niños reflexionaron en silencio, inspirados por las historias del molino. Las primeras estrellas comenzaban a asomarse en el cielo cuando Tío Agustín se levantó y con una sonrisa, dijo: «Por hoy, el molino ha hablado. Si quieren escuchar más historias, vuelvan pronto. Pero recuerden, cada uno de ustedes puede ser un héroe en su propia forma. Solo necesitan escuchar a su corazón y actuar con bondad».

Antes de despedirse, Tío Agustín añadió con un guiño: «No olviden dejar un ‘Me Gusta’ a esta historia, suscribirse al canal y tocar la campanita para que YouTube les avise cuando subamos una nueva aventura. ¡Hasta la próxima, pequeños héroes!»

Con risas y agradecimientos, los niños se dispersaron, llevando consigo la promesa de volver bajo el árbol de moras, donde el molino susurrante y Tío Agustín los esperaban con nuevas historias.