En un riachuelo tranquilo viva un pequeño pez llamado Leo. Leo era curioso y soñador, siempre observaba desde la distancia el gran río que fluía más allá del lugar donde vivía. Había escuchado muchas historias sobre el río: hablaban de sus aguas profundas, sus fuertes corrientes y las aventuras que allí aguardaban.
«¡Quiero explorar el gran río!», pensaba Leo todos los días. Sin embargo, sus amigos y familiares siempre le advertían del peligro. «El río es muy traicionero», le decía su madre. «¡Es mejor quedarse aquí en nuestro riachuelo, donde es seguro!», repetían sus amigos.
Un día, Leo no pudo contener más su curiosidad. «Si nunca lo intento, nunca sabré lo que hay más allá», se dijo a sí mismo. Así que, con determinación, se dirigió hacia el límite del riachuelo, donde comenzaba el gran río. El agua era clara, pero la corriente era mucho más fuerte de lo que Leo imaginaba. Respiró hondo y nadó hacia el río.
Al principio, todo parecía manejable. Leo nadaba emocionado y observaba peces grandes y pequeños pasar rápidamente a su lado. Sin embargo, pronto la corriente se volvió más fuerte. Leo comenzó a luchar para mantenerse en la dirección correcta. «¡Puedo hacerlo!», se repetía una y otra vez, tratando de no ceder al miedo.
Mientras luchaba, Leo escuchó una voz profunda que provenía de una roca cercana. Era Don Samuel, un viejo pez que había visto muchos jóvenes intentarlo y fracasar. «¿Qué haces aquí, pequeño?», le preguntó con voz grave. «El río no es un lugar para peces pequeños e inexpertos».
Leo, exhausto pero aún decidido, respondió: «Quiero ser valiente y demostrar que puedo explorar el río». Don Samuel lo miró con seriedad y le dijo: «Ser valiente no significa ignorar el peligro. A veces, la verdadera valentía consiste en saber cuándo es mejor esperar o retroceder».
Leo se quedó pensando en esas palabras, pero su deseo de seguir explorando aún lo empujaba. Intentó nadar un poco más, pero las corrientes se hicieron más intensas, arrastrándolo hacia aguas turbulentas. Justo cuando estaba a punto de perder el control, Don Samuel lo alcanzó y lo guio de regreso a una parte más tranquila del río.
Agotado, Leo se dio cuenta de que sus fuerzas no eran suficientes para enfrentar el gran río. Sentía un poco de tristeza por no haber cumplido su objetivo, pero las palabras de Don Samuel resonaban en su mente.
“Ser valiente también significa saber cuándo ser prudente, cuándo esperar y cuándo aprender para intentarlo en el momento adecuado”, le dijo Don Samuel con una sonrisa amable.
Leo regresó a su riachuelo, y aunque algunos de sus amigos hicieron bromas, él se sentía diferente. Había aprendido una lección importante y, en lugar de lamentarse, decidió entrenarse y hacerse más fuerte. Sabía que algún día, cuando estuviera listo, el gran río lo esperaría para nuevas aventuras, y esta vez podría enfrentarlo con sabiduría y experiencia.
Con el tiempo, Leo se volvió más hábil y seguro de sí mismo. Ya no sentía que debía demostrar nada a los demás, porque había aprendido que la valentía no se trataba solo de enfrentar peligros, sino de tomar decisiones con responsabilidad y respeto por uno mismo.
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