Bajo el árbol de moras, TÃo AgustÃn encendió su pipa de historias, como lo llamaban los niños, aunque esta vez tenÃa solo una pajita de trigo en lugar de humo. “¿Alguna vez han oÃdo de la nube que se perdió?â€, comenzó con voz grave, captando la atención de los pequeños.
Un dÃa, una nube traviesa, cansada de flotar en el cielo infinito, miró hacia abajo y vio el huerto de la abuela lleno de colores y vida. «¡Qué lugar tan hermoso!», pensó, y decidió bajar a explorar. Poco a poco, descendió hasta quedar atrapada en las aspas del molino de viento. El molino, sorprendido, comenzó a girar con fuerza, pero no logró liberarla.
Cuando los niños del huerto notaron lo que sucedÃa, corrieron hacia el molino. «¡Nube, nube! ¿Qué haces aquÃ?», preguntó LucÃa, la más valiente. La nube, con voz suave y algo avergonzada, respondió: «Estaba cansada de viajar y querÃa descansar. Pero ahora no sé cómo volver al cielo».
Preocupados por la nube, los niños buscaron a TÃo AgustÃn, quien conocÃa las historias de los vientos. “Debemos llamar al Viento del Norteâ€, dijo, “es el único lo suficientemente fuerte y sabio para ayudarâ€.
Con un poco de ingenio, los niños comenzaron a cantar una melodÃa especial que TÃo AgustÃn les enseñó. Sus notas se elevaron como un susurro mágico hasta que el viento respondió. Apareció en un torbellino suave pero majestuoso, removiendo las hojas del huerto.
“Pequeña nube, tu hogar está en el cieloâ€, dijo el Viento del Norte con voz profunda. “¿Por qué abandonaste tu lugar?â€
“QuerÃa algo diferenteâ€, admitió la nube, “pero no sabÃa que extrañarÃa tanto mi lugar entre las demás nubesâ€.
Con un soplido firme pero gentil, el Viento del Norte desenganchó a la nube del molino y la elevó de nuevo al cielo. Antes de irse, la nube agradeció a los niños y al viento. “Nunca olvidaré este huerto ni la lección que aprendÃ. El cielo es mi hogar, pero siempre llevaré este lugar en mi corazónâ€.
Esa noche, bajo la luz de las estrellas, los niños miraron al cielo y aseguraron que la nube, ahora de regreso entre las demás, les guiñó un ojo.
TÃo AgustÃn, con una sonrisa y su ramita de trigo en la boca, concluyó: “Recuerden, pequeños, que todos tenemos un lugar especial en este mundo. Aprender a valorarlo es parte de nuestra aventuraâ€.
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Cada vez que miren una nube en el cielo, piensen en la libertad y en lo importante que es valorar nuestro propio hogar. ¡Hasta la próxima aventura!