El Club de la Amistad–La Alegría de Doña Carmen |

En el pequeo pueblo de Valle Verde, la plaza siempre lucía colorida y llena de vida gracias a Doña Carmen. Cada día, esta amable anciana cuidaba con amor las flores del parque, creando un jardín lleno de colores y aromas que encantaba a todos.

Pero últimamente, los niños del Club de la Amistad notaron que las flores del parque ya no estaban tan cuidadas, y que Doña Carmen ya no paseaba por la plaza como antes. La anciana parecía haberse marchado del lugar que tanto amaba.

 

Preocupados, los niños decidieron averiguar qué ocurría. Preguntaron a los vecinos y descubrieron que Doña Carmen estaba triste porque su hija se había mudado a otra ciudad. Ella se sentía sola y sin ánimo de continuar cuidando su querido jardín.

Sofía, la más observadora del grupo, propuso una idea: “¿Y si le hacemos compañía? Podríamos ayudarla con las flores los fines de semana y contarle nuestras historias del club”.

Al sábado siguiente, el Club de la Amistad se dirigió a la casa de Doña Carmen. Tocaron la puerta, y cuando ella los recibió con una expresión sorprendida, Sofía tomó la palabra: “Doña Carmen, sabemos que se siente sola, y queremos ayudarla con las flores del parque. Además, ¡tenemos tantas historias que contarle!”

La anciana se emocionó al ver la sonrisa y el entusiasmo de los niños. A partir de ese día, cada fin de semana se convirtió en un momento especial. Los niños ayudaban a Doña Carmen a limpiar, regar y podar las plantas. Mientras trabajaban, le contaban todo lo que ocurría en el pueblo y en el Club de la Amistad.

Con cada historia, Doña Carmen reía y sus ojos recuperaban el brillo que antes tenían. Los niños le contaban desde aventuras escolares hasta travesuras y secretos que compartían entre ellos.

Con el paso de los días, la plaza volvió a florecer, y el espíritu de Doña Carmen también. Sus manos, acompañadas por las pequeñas manos de sus nuevos amigos, devolvieron al parque su esplendor. Los colores de las flores se volvieron más vivos, y su fragancia embellecía la plaza entera.

Doña Carmen, antes solitaria, comenzó a sentir que los niños eran como una nueva familia para ella. Su corazón se llenó de alegría, y sus sonrisas iluminaron cada rincón de Valle Verde. Pronto, no solo la plaza, sino todo el pueblo disfrutaba de su compañía y de la alegría que traía a quienes la rodeaban.

Un día, Doña Carmen miró a los niños y les dijo: “Gracias, pequeños. Pensé que estaba sola, pero ustedes me han demostrado que la amistad puede florecer como las flores del parque, llenando el alma de amor y compañía”.

Los niños sonrieron y comprendieron que un pequeño gesto de amabilidad y compañía podía devolver la felicidad a alguien que la había perdido. Y así, en Valle Verde, el Club de la Amistad siguió sembrando alegría y buenos recuerdos, siempre recordando que una comunidad unida puede hacer florecer hasta el corazón más solitario.

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